Wuhan era esto
El viejo adagio señala que en toda guerra (la emergencia sanitaria global provocada por el coronavirus no lo es, pero lo parece), la primera víctima es la verdad. La segunda es la sensatez y, por fortuna, los logroñeses la hemos recuperado a tiempo. El principio de la semana fue el terreno abonado para los memes, para los audios virales y para la chanza. A mediados de ésta y tras anunciarse la cancelación de las clases llegó el tiempo de la histeria, con la invasión de los supermercados, pasando por caja eso sí, que los riojanos aún respetamos la propiedad privada. Al cierre escolar le siguió la infeliz idea de colonizar todo espacio público, prodigándonos en contactos físicos y abonando el campo para cualquier tipo de contagio. Con la llegada del fin de semana, tiempo acotado para el ocio y el descanso, la cordura ha regresado a la capital riojana. Ahora todos somos Camarón (no José Monje Cruz, sino el de Haro). Ya no hay culpables. Sólo víctimas potenciales y rehenes por responsabilidad cívica.
Los logroñeses, anticipándose a la declaración de estado de alarma, se aplican medidas de autocontrol.
El tráfico se ha reducido al mínimo y las dobles filas, lacra del día a día, han pasado a la historia. Si por cuestión de necesidad se coge el coche, se aparca como nos enseñaron en la autoescuela. ¿Hasta cuándo?
Los parques han pasado de una primavera incipiente al crudo invierno que se avecina salvo que aflore la cordura. Los juegos infantiles se han acordonado. Niños y ancianos están, en los parques, de paso.
Los bares y negocios de hostelería logroñeses se han impuesto una cuarentena voluntaria. Muchos son los que han bajado su reja y, los que no lo han hecho, han visto reducida su facturación a más de un cincuenta por cierto.
Los supermercados han recuperado la normalidad y las estanterías lucen colmadas y perfectamente alineadas. Sigue habiendo colas, pero todo ya más ordenado.
Más allá de las grandes superficies, la clientela se autocontrola. Para evitar aglomeraciones en los pequeños establecimientos, la gente espera pacientemente a las puertas de los establecimientos. Es el caso de la Pollería Resti, en la céntrica calle Pérez Galdós. Merche, su responsable, ha visto «triplicados», para su sorpresa, «los pedidos». También se ha triplicado la paciencia de los consumidores «que por decisión propia y de forma espontánea deciden aguardar fuera».
Las tiendas de verduras podrían hacer su agosto, pero no lo hacen. Han aumentado su facturación, pero no así sus precios. La ley de la oferta y la demanda, en tiempos de zozobra, mantiene por ahora el sentido común.
Los negocios de alimentación no dan abasto al tiempo que el comercio al por menor se paraliza. Logroño no está para mirar escaparates.
El deporte, la cultura, el ocio, las cosas más importantes de entre las menos importantes, se preparan para el toque de queda. El Bretón ya cerró y a las salas de cine les quedaban horas. Así lo reconocía desde los Cines Moderno, que cerraron a las 19 horas del viernes. Hace tiempo que la realidad superó a la ficción.
El heroísmo ahora consiste en dejar de hacer vida normal. De lo contrario, lo peor estará por venir.






