Volveremos a bajar a la Mayor
Ortega y Gasset dejó dicho, hace un siglo (año arriba, año abajo), que España era un país de proyectos en ruina. El filósofo debió decirlo teniendo en cuenta nuestra Calle Mayor, una de las pocas que nos une a todos los logroñeses. Lo que anoche, o esta misma noche, debería haber sido una zona en plena ebullición es, desde el 14 de marzo, una arteria de lo más enmudecida.
Al igual que los viernes ya no son lo que eran (los juernes tampoco son los nuevos viernes, y menos si no hay univesitarios de por medio), la calle Mayor, el epicentro del ocio nocturno logroñés, hace tiempo que dejó de ser La Mayor. La crisis de 2008 noqueó a esta industria -tan necesaria como el resto- y el bicho puede tumbarla. Recorrer Marqués de San Nicolás (nombre oficial de la calle en homenaje al ‘ilustre logroñés y modelo de alcaldes’ como se recuerda en el número 67), a plena luz del día, revela un panorama desalentador. Entre el convento de la Merced (que antes de ser el Parlamento de La Rioja -no confundir con el bar ni con la plaza homónina- ha sido otras muchas cosas), cuya primera piedra se colocó en 1686, y el Bar Canarias, en la confluencia con Avenida de Viana, sólo Cáritas permanece al pie del cañón. Su labor es más necesaria que nunca.
No sabemos cuándo se acabará el arresto domiciliario (una nueva extensión del confinamiento está por caer) ni con qué ganas nos lanzaremos a la calle cuando este toque a su fin pero está claro que bares y discotecas serán los últimos en reabrir sus puertas. Así lo prevén en Italia, país donde desde el 22 de febrero (en esa fecha en Lodi se detectó el paciente cero en Europa del bicho) se escribe el futuro de la lucha contra la pandemia.
Este viaje es, en cualquier caso, un recorrido por el pasado. Miro una calle abierta al siglo XXI con ojos del siglo veinte. El Bretón está cerrado al igual que el Iturza, que nos dejó sin tercios hace nada. El Menhir sigue chapado y, frente a él, luce un trampantajo donde antes estaba La Mayor. El bar. Donde había casas ruinosas ahora se lee: ‘Lo que dice la boca lo pagan los dientes’. Tras el Menhir se encuentra la panadería de Primi, que claudicó hace bien poco y la Cooperativa San Mateo, que también pasó a mejor vida.
En algún número par me dejo La Cartuja, que también oficiaba en este tramo. Después llega el Maldeamores, el Stereo (‘Sentimos comunicaros que por restricciones gubernativas y por responsabilidad cívica aplazamos conciertos y cerramos el garito por un tiempo. Cuidaos mucho, por favor. Ya nos ocuparemos nosotros en el futuro de provocaros taquicardias y patearos el riñón con alcohol y R&R’, nos advierten desde su cartelera), El Pórtico (no sé si su nombre sigue siendo sinónimo de quinitos) y, en la esquina, hace mucho tiempo que se fue El Foro. Después llega el Diva y La Bohème. Cambiando de acera irrumpe el Solace (que antes creo que fue El Tigre o Los Tigres) y el Martintxo (heredero de La Mayor y recién retirado del negocio si no fallan mis fuentes).
El zapatero Marcos hace tiempo se trasladó a Murrieta 43 pero no así el Sabores, Paréntesis, Divina Comedia y el Rumore, Rumore. Suena a programa de Tele 5 pero antes fue, y por mucho tiempo, el Malibú.
En la otra esquina figura el Gran Casino, que desde su rehabilitación ha cambiado muchas veces de dueño, y en nada aparece el Bossanova, Brieva (histórico donde los haya, memoria viva del barrio y del Club Deportivo) y Fraggle Rock, que siempre fue (o eso me parece) el Galicia. Echo en falta el Seiscientos. Me parece que estaba aparcado en este lado de la calle. Más adelante figura el Colors (‘¿Dónde vamos? Dónde queráis. No, a ese no que está cerrado’ es un latiguillo que muchos teníamos automatizado y a esa esquina asociábamos) y el City, que fue casi siempre el Estocolmo.
Ahí acababa el ocio (sé que me he dejado restaurantes como El Rincón del Vino o La Bodega del Moderno, antigua Bombilla, un par de sociedades, algún hotel con encanto y casas solariegas gentrificadas varias) y empezaba una calle Mayor mucho más desconocida, pero igualmente hermosa y mucho más genuina y pura, con la Universidad Popular de Logroño ocupando el número 46 (antes lo hizo en el 9), la sede de Cáritas en el 35, la iglesia gótica de Palacio, el Centro de Formación Calle Mayor o el Colegio de Aparejadores al final de la misma. Es el único tramo ‘vivo’ de la calle. Cáritas no le cierra las puertas a nadie y los militares que controlan el casco antiguo hacen la vista gorda ante los mendigos que buscan misericordia en la Plaza Concepción Pérez Santo Tomás. Bastante injusta es la vida como para recordarles la vigencia del estado de alarma.
Así está la calle Mayor. No está como la recordábamos. Volveremos a bajar a La Mayor. Aunque no sabemos cuándo.
Episodios anteriores:
Valdegastea: El barrio más joven de Logroño
Avda. La Paz: Sin novedad en Avenida de la Paz
Cascajos: De todo esto ya casi nada queda
Varea: Orgullo de barrio
Marqués de Murrieta: Fuente, cuartel y beneficiencia
La Guindalera: Un barrio a medio gas
Paseo de las Cien Tiendas: Fantasmas en la milla de oro
El Cortijo: Lo más cerca del paraíso
La Laurel: Esto será una fiesta
Calle Huesca: Ciudad en la ciudad
La Cava Fardachón: Un barrio, dos o ninguno
Gran Vía: Centro de todo, centro de nada
La Estrella: Zona cero sanitaria
Prealarma: Wuhan era esto






