Tormenta perfecta sobre Ezcaray
Ezcaray, villa turística por excelencia de La Rioja, está sufriendo la tormenta perfecta. A la nefasta campaña de Valdezcaray se ha sumado la emergencia sanitaria que ha echado por tierra las esperanzas del pujante sector turístico de la localidad riojalteña. La enfermedad del COVID-19 se ha llevado por tierra la siempre provechosa Semana Santa y los hosteleros ezcarayenses (también del resto de la región) no ven el final del túnel.
La emergencia sanitaria comenzó hace un mes pero el semestre ya se preveía duro. La temporada de Valdezcaray, que permite desestacionalizar el turismo, ha sido pésima. No ha sido la peor de la historia, pero ha estado muy cerca. En la 1976-1977 sólo abrió un día y en la 1988-1989 sólo estuvo operativa el 15 de abril, coincidiendo con Semana Santa.
Según los datos que publica la web lugaresdenieve.com, Valdezcaray sólo ha estado abierta al público, desde el 25 de enero, 19 días, permanenciendo hasta el 22 de marzo, que se dio por concluida la temporada 2019-20, 77 jornadas cerrada.
Estos datos (la web informa también que se vendieron 4.212 forfaits y y 2.136 pases de telesilla, por 61.997 y 8.663 la temporada pasada) se han dejado sentir en la localidad que ha visto disminuido el número de turistas invernales en un pueblo que, aunque tienen un notable tejido industrial, con Euro Seating Internacional a la cabeza (cuenta con 150 empleados y se ha convertido en una de las principales proveedoras mundiales de butacas para grandes recintos) y empresas artesanales históricas como Mantas Ezcaray, que cumple ahora noventa años, vive por y para el turismo.
La Semana Santa, el otro termómetro para evaluar el primer semestre del año, ha sido como se esperaba: inexistente. El estado de emergencia ha cerrado las puertas de los establecimientos, ha cancelado las reservas y vaciado las calles. La urbanización Carrizal, a la entrada de la villa, está prácticamente huérfana mientras que la del Tenorio, en el centro, aloja a los que allí viven casi siempre.
El Rincón del Vino, el celebérrimo Echaurren, El mesón, Lladito o el Palacio Azcárate están cerrados desde el 14 de marzo. María Angeles Masip, bisnieta del tarraconense Eduardo Masip y Budesca, copartícipe de la creación del Centro Riojano de Madrid, entre otras muchas empresas, e hija de los fundadores de Casa Masip (1982), uno de los templos gastronómicos de la villa, asume la gravedad de la situación. «Viernes Santo, sábado y Domingo de Resurrección son los días buenos. Solemos servir 120 comidas y 40 cenas. Lo normal era que las 24 habitaciones del alojamiento estuvieran ocupadas», cuantifica. «Ya no se trata de ver cuándo nos van a dejar abrir. Se trata de que la gente esté segura y quiera volver a acudir a los restaurantes y a los sitios», se despide.
El Masip testifica el parón de la actividad turística de la villa. Ubicado junto a la Plaza de la Verdura, en pleno Domingo de Pascua, apenas hay transeúntes en las calles.
La calle principal ezcarayense, Arzobispo Barrroeta, donde se localiza el mayor número de cafeterías y bares, ofrece un silencio sepulcral. Sólo atiende, bajo horario, la farmacia (también Masip) mientras que el K2, el Banus y el Jamón Jamón bajaron hace un mes la persiana. También lo hicieron las cafeterías Central, Troika o El Moderno.
En la ribera del río Oja, que da nombre a la región, apenas hay quien pasee. La lluvia no lo permite. Y quien se atreve a pasear con su perro, no tarda en ser recriminado desde la ventana.
La villa está de sobremesa. Lleva un mes así. Los quicios de la calle Río Molinar están entreabiertos, hay quien disfruta de la lluvia en el balcón y aún huele a leña.
Salvo el Proxim, que casi nunca cierra, todo se ha detenido a la espera de que se recupere la normalidad. Medio año se ha perdido. Queda otro medio para recuperarse aunque los más pesimistas también dan por perdido el verano (o parte de él).
Llueve en Ezcaray, no ha dejado de hacerlo en toda la Semana Santa. Las perseidas lloverán el 10 de agosto, por San Lorenzo. Para entonces igual todo vuelve a ser normal.






