Libros de campeonato contra el COVID-19
Tiempo habrá, cuando recobremos la libertad, de contar los partidos que nos hemos perdido. Cuando esto suceda, la UDL seguirá al frente del grupo II de 2ª B y la SDL y el Varea seguirán con su lucha por el título de Tercera. Por el camino, es probable que se queden las clásicas de primavera, con la Lieja-Bastoña-Lieja a la cabeza, y, seguramente, casi todo el básquet y el balonmano. Por el camino ya se ha quedado el voley pero serán muchas más las competiciones en caer. Para combatir el ayuno, la literatura propone libros de campeonato, sucedáneo ideal para estos días de domingos sin fútbol.
Sergi Pamiés, al frente de El País (ahora siembra magisterio en La Vanguardia), ya hizo su playlist de mejores novelas deportivas. Este artículo es deudor de sus recomendaciones.
Eduardo Galeano se definía a sí mismo como «un mendigo del buen fútbol». Ahora mismo que todos suspiramos por unas migajas del deporte rey, bien podemos acercarnos a El fútbol a sol y sombra, probablemente, y con respeto para Osvaldo Soriano (Fútbol) y Peter Handke (El miedo del portero ante el penalti), el mejor libro sobre fútbol nunca escrito.
En el terreno nacional, para esta reclusión forzosa, el mejor alivio es Historias del Calcio: una crónica de Italia a través del fútbol, de Enric González. ¿He dicho ya que es el mejor periodista de este país? Su crónica es deliciosa, un tributo impagable al calcio, el primero en parar sus competiciones. Enric González sólo tiene un problema. Es interista, un pecado que un romanista no le perdona.
Gran Bretaña es el país que más ha aportado a la ficción y a la ensayística futbolísta. Sirvan Maldito United, sobre el volcánico Brian Clough, el gran hacedor del milagro del Nottingham Forest (el único equipo con más Copas de Europa que ligas inglesas) aunque este libro de centra en su etapa en el Leeds, mientras que se centra en Red or Dead se centra en Bill Shankly, genio y figura del Liverpool, el equipo más literario del fútbol mundial. El autor de ambas es David Peace. Y que conste que no me olvido de Fiebre en las gradas, ese himno gunner de Nick Hornby.
Para los nostálgicos del Club Deportivo siempre nos quedará ¡Gool en Las Gaunas! de Javier Triana.
Cambiando de registro, el otro deporte más literario es el béisbol, un deporte insufrible por mucho que Paul Auster, en muchas de sus novelas, o Don de Lillo, en Submundo por ejemplo, aún estén llorando por la mudanza de los Dodger de Brooklyn a Los Ángeles. Es muy probable que muchos yankees aún no sepan que el béisbol no es más que una versión aggiornata del cricket, otra modalidad insoportable. Eso sí, en Netherland, del ganador del Pulitzer Joseph O’Neill, el cricket desarrolla un papel fundamental en la trama.
El fútbol americano quizás haya dado grandes novelas. Allá ellos. No dudo en que Joe Montana merezca una biografía pero lo mejor, del género autobiográfico deportivo es, sin duda, Open, Mi historia, de Andre Agassi. Insuperable. Lo firma J. R. Moehringer. Se acuerda que Agassi era tenista, ¿verdad?
El boxeo, por mucho que Norman Mailer lo admirase, aún no ha publicado ninguna obra que esté a la altura de sus películas, como tampoco lo han hecho el baloncesto o el balonmano.
Hasta deportes minoritarios, como el tenis de mesa, tienen su libro de cabecera como Ping-pong (Jerome Charyn) lo mismo que el surf tiene Años salvajes, de William Finnegan, otra obra merecedora del Pulitzer. Incluso el remo tiene su hueco: Remando con un solo hombre de Daniel James Brown. El remo y la historia se dan la mano camino de Berlín 1936. Hasta el golf tiene su biblia: Sueños de golf, de John Updike.
El ajedrez merece, por sí mismo, una estanteria propia en la historia literaria del deporte. En ese anaquel deberían estar las crónicas de Leontxo García, el periodista que más hizo por popularizar este deporte desde las páginas de El País. Pero, desde el campo de la ficción, no podemos olvidar La Defensa de Luzhin, de Nabokov, y, por supuesto, Fields of Force: Fischer and Spassky At Reykjavik, del recientemente fallecido George Steiner. Toda una justa literaria para la batalla deportiva más decisiva de la Guerra Fría. Son 86 páginas o una tarde de reclusión forzosa. Pero creo que sólo está en inglés.
El alpinismo, que representa la cima del deporte, tiene un bagaje literario a su espalda de lo más elevado. Maurice Herzog y Walter Bonnati, consumados alpinistas, escribieron Annapurna. Primer 8.000 y Montañas de una vida, respectivamente. Pero nada se puede comparar a Mal de Altura o Sueños del Eiger, de Jon Krakauer. Gran montañero, mejor periodista.
Pero, y voy acabando, para deportes heroicos el ciclismo. Una farsa increíble. Lo digo con admiracion. En este género, pese a que El ciclista de Tim Krabbé es delicioso, los franceses se llevan la palma. Al fin al cabo, la Grand Boucle es suya. El maestro de este género que es en sí mismo fue Antoine Blondin, que amaba a partes iguales la buena mesa y las dos ruedas. Sus crónicas del Tour están editadas al tiempo que Sur le Tour de France (inédito en castellano, me temo) es un reportaje delicioso. En España tenemos la suerte de que Carlos Arribas escribe tan bien como él. Encima lo hace en cristiano.
El que fuera editor ejecutivo de Le Monde, Éric Fottorino, es un digno seguidor de Blondin. Su Je pars demain es todo un regalo. El periodista, más que digno ciclista amateur, tuvo tiempo para ponerse en forma y correr la Midi Libre antes de que ésta desapareciese del calendario.
Sé que me dejo tantas (por ejemplo El periodista deportivo, la primera parte de la tetralogía de Richard Ford y en la que su protagonista, Frank Bascombe, en cierto modo nos representa) pero os ahorro muchas otras (Odas olímpicas de Píndaro, insufrible pero que vale para que el atletismo, la lucha y justas olímpicas varias se sientan representados) que no harían más que acrecentar su sensación de reclusión.
Sean subversivos y lean. Esto también pasará. Cuando volvamos a las calles, el balón volverá a rodar y las librerías volverán a abrir.






