Ciudad del santo, ciudad mártir
La localidad de Santo Domingo clausuró hace apenas unos meses el Año Jubilar Calceatense para conmemorar el milenario del nacimiento de Domingo de la Calzada (Viloria de Rioja, 1019; Santo Domingo, 1109), patrón de los ingenieros y, por supuesto, patrono de la ciudad del santo que ayudó a concebir e impulsor del Camino de Santiago que atraviesa, camino de Grañón y Belorado, la denominada Compostela riojana. El 2019 fue el año del Milenario del Santo y este 2020 lo es de la pandemia. Santo Domingo es, ahora mismo, la ciudad mártir de La Rioja, el municipio más castigado por la emergencia sanitaria.
Con 6.238 habitantes, según los datos del INE (el coronavirus no tardará en demostrar cuán caducos son estos registros estadísticos), Santo Domingo de la Calzada ha despedido en el último mes a treinta y siete de sus hijos (la cifra total se acerca al medio centenar aunque algunos de ellos son de municipios vecinos a esta cabecera de comarca). La Semana Santa dio una pequeña tregua ya que los vecinos, que son fedatarios de lo que sucede en sus calles, contabilizaron más de 48 horas sin registrar ningún muerto por el coronavirus.
La magnitud de la tragedia es clara. Con sólo un 2% de la población riojana (nuestra comunidad contaba el pasado año con 315.675 habitantes), en Santo Domingo se han totalizado el 15 por ciento de las muertes (246 a día de ayer) contabilizadas en nuestra región por esta enfermedad.
Los calceatenses no tienen explicación para ayudar a comprender las causas de esta hecatombe silenciosa. La localidad, como muchas en La Rioja, tiene una población muy envejecida pero eso no explica de por sí su elevado nivel de mortandad. Tampoco su localización geográfica, muy cerca del triángulo vírico que conforman junto a Vitoria, Miranda de Ebro o Haro, zona roja en el inicio de la pandemia. La visita realizada a Roma, la ciudad santa del catolicismo por antonomasia, tampoco apunta pruebas concluyentes aunque uno de los que participó en dicho viaje haya engrosado la fatídica estadística.
Por ahora, se nos escapa la lógica -si es que la tiene- de tanta necrológica aunque lo cierto es que Santo Domingo ha despedido a 37 vecinos, se ha quedado sin peregrinos, pero con el Ejército de Tierra vigilando a primeros de abril el cumplimiento del estado de alarma; con los dos paradores -otra de las singularidades de la ciudad del santo- cerrados; con la Catedral clausurada a cal y canto, sin fiestas de mayo y sin un alma por sus calles.
Si el Ayuntamiento optó por suspender todos los actos previstos entre el próximo 9 y 15 de mayo, el Cabildo y la Cofradía del Santo optaron, por el momento, por aplazar los actos litúrgicos.
Aunque la enfermedad se combate desde la ciencia, son también tiempos para la fe. Así lo entiende Francisco José Suárez (Elorrio, 1963), el abad de la Catedral. «Vivimos tiempos de Pascua y de Resurrección del Señor. La fe católica enseña que esto no es el final, que en este mundo todos somos peregrinos y que nuestra meta es alcanzar el reino de los cielos«, principia. «El hombre es un ser limitado. La muerte forma parte de la propia vida», completa consciente de la dura prueba a la que el COVID-19 está sometiendo a sus feligreses.
La mayoría de los muertos han sido incinerados mientras que por los inhumados sólo se ha podido pronunciar un responso. «Nos han traído las cenizas de los fallecidos para colocarlas en el columbario de la catedral. Cuando todo pase, tendrán el funeral debido«, continúa. «Nos gustaría poder hacer una ceremonia individualizada por su memoria», agrega.
Aunque los oficios religiosos se han cancelado hasta nueva orden, la actividad no para. Por las mañanas, el personal del cabildo organiza los repartos de comida para los calceatenses más desfavorecidos mientras que por la tarde, durante una hora y media, Francisco José Suárez llama «a los enfermos y a sus familiares» para preguntar por su estado de salud. «No podemos visitar a nadie. No nos dejan», lamenta.
Las misas se han suspendido pero las campanas de la catedral repican todos los días «al mediodía y a las ocho de la tarde«.
Su misión evangélica continúa a través del WhatsApp: «Enviamos unos 500 mensajes. Mandamos el Ángelus, la catequesis, imágenes del santo, grabamos el Evangelio, la novena, la oración del Santo».
El moderno ambulatorio de Santo Domingo vela por la salud de los calceatenses y desde la iglesia tratan de aliviar el vírico tránsito provocado por la pandemia.
Santo Domingo está vacío, los calceatenses guardan un estricto confinamiento mientras que los peregrinos llevan más de un mes sin parar por la Compostela riojana. Tardarán en volver a hacerlo.
«Los que vivimos en pleno Camino de Santiado, en esta avenida de Europa, nos descoloca un poco verla así. La ciudad nace por y para el Camino. Pero sin un peregrino, es una imagen que nos desconcierta«, se sincera. «Por eso llevamos la imagen del Santo a todos los calceatenses». «Ver vacía la calle Mayor da mucha tristeza», se despide.
Así se queda Santo Domingo. En 2019 fue la ciudad del santo (lo sigue siendo) y hoy es la ciudad mártir. Nadie imaginó que tras el Año Jubilar pudiera llegar tamaña desgracia.






