Un pivote irrepetible
En un deporte tan profesionalizado en el que sus protagonistas son más marcas que jugadores, cuyos gestos son dictados por el marketing y no por los sentimientos, Rubén Garabaya Arenas (Avilés, 1978) emocionó y se emocionó en su despedida como profesional tras 22 años en activo. Jota, su último técnico, sus compañeros, entre los que no faltó Albert Rocas, su mejor socio fuera de la pista, o Luisfe, y su familia se acercaron a rendir el último tributo al pivote asturiano, cuyo dorsal ‘17’ nadie más lucirá en Logroño.
Criado en un barrio obrero en los ochenta, Garabaya repasó una trayectoria plagada de éxitos en las que tanto su padre, que le dio «un futuro» y formó «carácter», y su madre, ya desaparecida, sentaron las primeras bases mientras que, en plena madurez, fue su mujer Nuria, «la única persona que me ha entendido» y que ha sabido controlar el carrusel emocional de todo deportista de elite, la que tomó el relevo.
El pivote asturiano asume que «el balonmano me salvó la vida» y lo hizo primero de la mano del Corvirán con los Armando, Tejero o Mino que «me enseñaron a competir y ser mejor persona». Con 17 años le llegó la llamada del Ademar, donde conoció a Cadenas que «me convirtió en un hombre». «Hice la mili de sobra con Manolo Cadenas», bromeaba.
Después aterrizó en Cangas para coger «responsabilidad» antes de dar el salto al Valladolid, donde se encontró con «Juan Carlos Pastor, Jota, Raúl González y Pisonero». «Me enseñaron todo lo que sé».
Tras la llamada de la selección, llegó la del Barça, club con el que fichó con la promesa de títulos si bien se despidió de la entidad azulgrana con la derrota en la final de Champions como su última imagen. Fue enconces (2010) cuando Jota y el Logroño se cruzaron en su camino, para tejer una historia que acaba este sábado tras 22 años de carrera y más de 700 partidos en la elite.
El vértigo empezará el lunes, cuando cancele más de dos décadas como jugador profesional, aunque el asturiano se siente «preparado» para afrontar «un reto más, un volver a empezar».
De sus 22 años como profesional, no se queda ni con su debut en la Asobal ni con el oro de Túnez, se despide, con lágrimas en los ojos, con la sala de prensa del Palacio llena para despedir no ya a un gran pivote sino a una gran persona, que junto con Jota González, marca el salto de calidad dado por el Ciudad de Logroño en estos últimos años.






