Orgullo de barrio
El fin de semana ha sido calamitoso para la moral ciudadana. Y eso que sólo ha durado 47 horas. Si llega a durar 60 minutos más, nos quitan hasta los balcones. Al omnímodo poder del bicho, que todo lo puede y todo lo pudre, se ha sumado el tiempo, que nos ha devuelto al crudo invierno. Aunque ahora, al contrario que en enero, la amenaza está en todas las partes. Nosotros, por si acaso, seguimos caminando.
La línea 2 y la 10, así como el Ebro, unen Varea a Logroño. El polígono de La Portalada y el Parque del Iregua le separan de la capital. Los vecinos de Varea siempre han guardado una distancia prudencial con los logroñeses. ‘Orgullo de barrio’, presumen los vareanos conscientes de que este apelativo sólo lo pueden reclamar, en igualdad de condiciones, los vecinos de Yagüe, El Cortijo y La Estrella. Alardean de un pedigrí patricio. Mientras los logroñeses somos de estirpe berona, sus raíces se remontan a tiempos romanos. De la antigua Vareia pocos vestigios quedan. Los tangibles se levantan en la rotonda de la carretera de Zaragoza, equidistantes entre el barrio y la ciudad, mientras que sobre las ruinas del imperio se elevaron la nueva escuela Varia, el polideportivo (se asienta sobre el antiguo cementerio romano) y El Parque, sobre el que no se puede edificar por la cantidad de restos romanos que aún subyacen enterrados.
Independientemente de su glorioso pasado, Varea presenta hoy la misma estampa que cualquier zona logroñesa. El barrio es, ahora mismo, un Seseña cualquiera, un Salou en diciembre más.
Varea vive en estado de estupor, como todos. La calle Marqués de Fuertegollano, donde se ubica la farmacia, es la más animada. El resto presenta un aspecto espectral. El Hogar de la Tercera Edad de San Isidro ya cerró (a ver si para el santo, el 15 de mayo, reabre) como también lo hizo la Parroquia de San Cosme y San Damián. En lo que fue la finca de la Picona (ahora calle Torrecillas y adyacentes), ni un alma por las calles. Y, en El Parque, que separa el núcleo urbano de las huertas, nulo movimiento más allá de los que esperan al autobús. Cualquier rincón del Ártico está más animado.
Muebles Aguado también está cerrado. Su dueño, Ángel, aguarda escondido en casa. Su aspecto es el de una roca. Pero el bicho le ha recordado que él también es vulnerable. «Llevo ya veinte días sin salir», se sincera. «Tengo una edad, unos antecedentes y soy población de riesgo», enumera por teléfono. No puede bajar a la calle pero sabe lo que pasa en su barrio: «Me duele. No sólo lo que está pasando si no lo que vamos a tardar en volver a recuperarlo», lamenta. «Nosotros no hemos podido ni acabar lo que teníamos pendiente ni empezarlo», se despide consciente de que la normalidad tardará en recuperarse.
Alrededor del barrio aletargado se extiende la huerta vareana, la que da fama a todo Logroño. La emergencia sanitaria no ha dejado sentir sus efectos sobre el campo. De momento. Las huertas siguen cultivándose y de los viveros de Varea sigue saliendo toda la planta que acabará germinándose en el entorno metropolitano. Sólo ha cerrado Brumaflor (las flores ornamentales han dejado de ser esenciales), pero no Vivaria, Viveros Gallardo o Provedo. Aquí nos recuerdan que el decreto recién publicado en el BOE lo deja claro: «Seguimos abiertos porque somos sector primario. Vendemos plantones pero también insumos», nos informan. Su plantilla de treinta trabajadores no se ha visto diezmada por la contingencia sanitaria.
De regreso a Logroño, enfilo el GR-99 que, en su tramo riojano, bordea el Ebro desde Briñas hasta Alfaro. La huerta está para comérsela. Antes de entrar en Logroño, veo a un nutrido grupo de paquistanís e indios que recogen coliflores. Aquí no se agostaron. Mañana las tendremos en todos los Simply de la capital. El sector primario no para. El ciclo de la vida sigue.






