Menosprecio de corte, alabanza de aldea
El catrasto del Marqués de la Ensenada, realizado en 1752, reconocía a Ojacastro, con su docena de aldeas como queda constancia en su blasón, como el principal municipio del alto valle del Oja. El castro nacido a orillas del río Glera, el otro nombre que recibe el Oja aunque los vecinos de la zona también se refieren a él como Ilera, registraba 142 casas habitadas con 178 vecinos, 21 hogares inhabitados y 56 arruinados. Más que el mismo Ezcaray o Santurde de Rioja pueblos que, 250 años después, superan en población y posibilidades a uno de los municipios más hermosos de La Rioja.
El Marqués de la Ensenada cuenta hoy con calle en Ojacastro, localidad que resiste, como puede, los embates del coronavirus. A los que siempre allí viven se han sumado los hijos del pueblo que han preferido pasar el confinamiento al borde del Oja que hacerlo en Logroño. Hay quien subió, antes del confinamiento, para plantar patatas y que no ve el momento para hacerlo. La tierra está ebria de agua y no hay quien se atreva a meter en vereda los surcos. Además, tampoco se puede. La Guardia Civil ya se lo ha recordado.
Los que viven siempre y los que han adelantado la temporada de verano se han encontrado con un pueblo enmudecido, con el Bar Ulizarna -al borde de la carretera- cerrado, los parques precintados y sin un alma en las calles.
Mientras la quietud se ha apoderado, desde hace un mes, de Ojacastro, la vida en sus aldeas se mantiene inalterada. El tiempo se detuvo en el siglo XX por lo que la emergencia sanitaria en nada les afecta.
Ojacastro contaba en su día con doce aldehuelas habitadas, distribuidas en dos cuadrillas: Arrupia y Garay (que en euskera significa arriba o alto). La calle Juan Bautista Merino Urrutia, uno de los hijos más insignes del pueblo, el que más hizo por recuperar la filiación del valle con la lengua vasca, lleva a cuatro de las aldeas de la cuadrilla de Arrupia, las de Amunartia, Masoga, Matalturra y Zabarrula, totalmente abandonadas.
También en el margen izquierdo del Oja se encuentran las aldeas de Arbiza y Tondeluna, dependientes de Ojacastro pero equidistantes con Santurde de Rioja. Son las únicas habitadas. Desde el 14 de marzo, nada ha cambiado.
Arbiza (su nombre en principio deriva del término vasco erbi que significa liebre) contó en su día con once familias aunque en la actualidad sólo vive una. Pedro, al que se le puede ver casi siempre vigilando el ganado (la familia cuenta con un centenar de vacas, una cabrada con un centenar de ejemplares y una pequeña yeguada) bajo una noguera en la jurición (límite) que separa Ojacastro ySaturde, su hermano y su madre, nonagenaria y con robusta salud.
En Arbiza hay más coches (cuatro, sin contar los vehículos para trabajar el campo) que personas. Pedro no «se siente confinado» al contrario de lo que sucede en Santo Domingo, donde realiza sus compras diarias, o Logroño. No la necesita pero, por si acaso, tiene una mascarilla de «sulfatar» a mano.
Más arriba de Arbiza se encuentra Tondeluna, la última de la cuadrilla de Arrupia. El último rincón habitado de Ojacastro tiene dos casas rehabilitadas, un pajar y dos utilitarios y una caravana en uso. La aldehuela produce uno de los quesos más afamados de La Rioja. Goyo y María, impulsores de la más tradicional de nuestras queserías, devolvieron el hálito a Tondeluna antes de traspasar su negocio.
Así, una familia hispanofrancesa les ha tomado el relevo. Las cabras pastan a sus anchas en Tondeluna. No les importa el tiempo ni la emergencia sanitaria. A sus dueños, que se arraciman en torno al fuego, sí. Como antaño, el humo vuelve a escaparse por la chimenea.
Por lo que respecta a la cuadrilla de Garay, a la derecha del río, la calma es total. La antigua estación de Ojascastro, al pie de la actual Vía Verde del Oja, fue rehabilitada hace años. Bajo el nombre de Atseden (descanso en vasco) se contempla el río y los dos barrios del pueblo.
De ahí parte el camino que llevaba a las aldehuelas de Larrea, Espicia, Ulizarna o Escarza, de las que apenas nada queda. Al borde de la carretera (LR-111) se encuentra San Asensio de los Cantos (Santasensio para todos) y, a tres kilómetros, Uyarra, también ocupada y que cuenta con una notable cabaña de ganado aunque su dueño computa como calceatense. Santasensio albergó, en su día, el principal club de alterne (Las Palomas) del alto valle del Oja. De su memoria sólo queda un pichón a modo de letrero aunque la aldea ha vuelto a ser habitada como lo atestigua la ropa tendida.
Así está Ojacastro y sus aldeas cuando se cumple más de un mes de confinamiento. El COVID-19 ha cambiado las ciudades, ha cerrado iglesias, frontones y bares (sin estos tres lugares los pueblos pierden todo su sentido) pero su omnímodo poder no ha llegado a las aldeas. Viven otro tiempo, un perenne beatus ille como el que recoge Fray Antonio de Guevara (1539) en Menosprecio de corte y alabanza de aldea que da título a este texto.






