Esto también será una fiesta
Mi amigo Manu me llama desde Madrid para compartir confidencias sobre este momento tan traumático que estamos viviendo. Manu quiere, necesita que todo vuelva a 2007, antes que cayera Lehman Brothers. Para él, hasta el bicho es culpa del seísmo económico que puso de rodillas a todo el mundo. ‘No sé cómo lo lleváis vosotros pero aquí en Madrid es todo terrible. Lo que estamos viviendo es lo que vivieron nuestros abuelos en la Guerra Civil’, me dice. Le doy la razón. La tiene. Aunque esto es peor. ¡Ni la Guerra Civil pudo con la Laurel!
La calle más famosa de Logroño, la que nos pone en las guías y en los paladares de todos los que nos visitan luce estos días una estampa desoladora. Repican las campanas, dan las dos y nadie hay en la calle. Dos minutos se tarda en recorrer, sin prisa, los metros que separan La Tavinia y La Taberna de Blas de El Paraíso. Un tiempo de récord mundial en cualquier otro momento.
Durante estos 115 segundos dejo atrás, de manera desordenada, el Achuri, La Esquina del Laurel, Juan y Pínchame, Iruña, Ribera, Matute, Cachetero, Volapié, Cid, Blanco y Negro, La Hez (ojo, toma el nombre de la sierra que nace en el Valle de Ocón, no lo malinterpreten) y así hasta 47 establecimientos por los que se escapan efluvios que saben a tío Agus, matrimonios y bravas. Los 47 están cerrados a cal y canto. No cuento los de la Calle Albornoz ni los de la San Agustín, donde se ubica el Museo de La Rioja, que lleva de lunes, es decir, cerrado al público, también desde el viernes 13. ¡Vaya fecha para protagonizar un cierre en bloque!
Es como si todos se hubieran marcado un Soriano. Pero no estamos en San Mateo y, por lo tanto, también El Soriano debería seguir abierto. Sólo abre El Paraíso, la panadería cuyo pan sigue oliendo a tahona. Una bendición en estos tiempos en los que nada huele a lo que debería.
La Laurel, la calle de todos, es un poco cainita. Divide a los logroñeses a partes iguales. La mitad de la ciudad sostiene que los mejores champis son los de El Soriano. Para la otra mitad, lo son los de El Ángel. Con las patatas bravas la justa se mantiene igualada entre los que son del Jubera y los que somos de La Taberna del Laurel. Aunque la Laurel es de todos, también son legión los que prefieren dejársela para los guiris y refugiarse en la San Juan, tan logroñesa o más que la Laurel. No vayan. Está igualmente cerrada.
Si hay alguien al que le ha venido bien este cierre salvaje es a los vecinos. Abren las ventanas y por oír oyen hasta a los pájaros. Se van a la cama y de la calle Bretón les llega un estruendoso silencio. Una música rota diariamente a las ocho de la tarde con el homenaje al personal sanitario. Llevamos sólo una semana de cautiverio y los vecinos están deseando que vuelva la barahúnda. Hablando en serio, los únicos que están encantados son los de Siervas de Jesús que, sin mediación judicial, se han encontrado con su problema resuelto.
Todo pasará y, cuando pase, volveremos en masa a abrevarnos a la Laurel. No habrá bar para saciar tanta sed ni pinchos para calmar nuestra hambre. Ni la UME nos podrá parar. La fiesta de la liberación de París se va a quedar pequeña con la que vamos a montar.
Hasta entonces, queda seguir escondiéndonos. Aunque sea finde.
Anteriormente:
- Calle Huesca: Ciudad en la ciudad
- La Cava Fardachón: Un barrio, dos o ninguno
- Gran Vía: Centro de todo, centro de nada
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