El futuro del ‘pequeño’ Rioja
Carmen Sánchez / Logroño
El 2020 es ya, definitivamente, un año perdido para innumerables negocios de este país. Ni que decir tiene para la hostelería, o para las empresas que fían buena parte de su facturación anual a la buena marcha de su actividad. Quién iba a pensar que las uvas de este año iban a ser tan indigestas, por mucho que se hubiera entrado al 1 de enero con buen pie. Esto es lo que le está pasando a un amplio número de bodegas riojanas, especialmente a las familiares que, pese a tener muy buenas previsiones y sensaciones, han visto como el estado de alarma decretado por el Gobierno el pasado 14 de marzo ha echado por tierra cualquier brote verde.
Sus energías se centran ahora en sobrevivir. Es un sálvese quien pueda y como se pueda. Reinventarse no es una opción, es condición sine qua non para intentar sacar a flote un negocio que puede que no vuelva a abrir sus puertas tras la crisis sanitaria. En esta línea trabajan algunas bodegas pequeñas como Mazuela, enclavada en Cenicero. Su responsable, Jesús Manuel García, ha visto pasar de «cien a cero», del «todo a nada» en un abrir y cerrar de ojos, con un plan de viabilidad que difícilmente va a poder recomponer, especialmente viendo que el 95 por ciento de su volumen de negocio tiene la verja echada.
«Antes del COVID-19 la tendencia era normal. Crecía a mi ritmo normal. Todo iba como tenía que ir», rememora García. Ha visto cómo se han ido al traste siete entrevistas que tenía cerradas en la feria alemana Prowein -se iba a celebrar del 15 al 17 de marzo-, «con todo el trabajo que hay detrás», o cómo se ha esfumado su pretensión de expansión por diversas localidades de Galicia.
Sus principales clientes son bares y restaurantes. Son los que primero han cerrado y los últimos que abrirán. Lo peor es que aún no tienen fecha de apertura. Pero, de hacerlo, la incertidumbre es máxima. «Muchos no van a poder volver abrir y los que puedan a ver en qué condiciones lo hacen», se lamenta García, quien entiende que no es fácil hacer frente al alquiler o a los costes con cero ingresos sin endeudarse más. A ello suma la pérdida de poder adquisitivo de la población, que no volverá a consumir al nivel precrisis. En medio de estas reflexiones se pregunta: «¿Cuándo va a ser normal volver a la calle Laurel?». Entiende que a corto plazo no, y menos la normalidad como ahora la entendemos. Cree que la nueva era pasa por establecer medidas que garanticen el control del coronavirus entre los clientes, como limitar los aforos, medir su temperatura o la realización de test masivos. «Esto va para muy largo», dice con un poso de negatividad.
Reinventarse o morir
Con estas previsiones lo único que le ha quedado a este bodeguero es la reinvención y recurrir al comercio electrónico y a las redes sociales para explotar al máximo el cinco por ciento restante de su volumen de negocio, como es la venta a domicilio para hacer llegar directamente su producto al consumidor final. Para ello ha tenido que redoblar el trabajo y el esfuerzo, promocionando sus productos en redes sociales a través de videocatas u ofreciendo descuentos.
No le está yendo del todo mal, pero tampoco la situación es para tirar cohetes. Reconoce que la venta online no podrá compensar la facturación que registraba con la hostelería, pero que al menos le permite «amortiguar un poco el golpe». Podrá cubrir, en el mejor de los casos, la mitad del volumen de ventas que tenía, y trabajando el doble.
El problema que se ha encontrado es que tenía «todo enfocado a la distribución y exportación» y que «no se puede cambiar un canal de venta de la noche a la mañana». A ello añade que, pese a que «la gente sigue comprando vino», se está vendiendo a precios «excesivamente bajos». «Si vendes demasiado bajo en la web haces competencia a los restaurantes y distribuidores», explica. La imposibilidad de colocar su producto en los lineales de los supermercados a diferencia de las grandes bodegas es otro handicap con el que se ha topado.
«Si cayese una helada vendría muy bien»
El sector vive, además, otro problema añadido. Entiende que hay el precio de la uva porque se está vendiendo a precios «excesivamente bajos». Cree que el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Calificada Rioja debería actuar para bajar la producción por hectárea para que el kilo de uva se venda a un precio que permita al agricultor cubrir gastos, de entre 0,80 a un euro el kilo, y evitar que se tiren los precios y se rebaje hasta 40 céntimos.
Para García, la solución pasa por aprovechar ahora, que es tiempo de espergura -eliminación de brotes verdes-, para cortar algún pulgar más o hacer una poda más agresiva. Este año no mira al cielo ni teme que la helada eche por tierra toda la producción, más bien todo lo contrario. «Si cayese una helada vendría muy bien», afirma, ya que las indemnizaciones de los seguros permitirían compensar las pérdidas. Y es que, teme que si no se vende vino, las grandes bodegas, que son las que acaparan la mayor parte del mercado, compren uva al agricultor «a un precio tirado».






