El Cubo también ansía que llegue el lunes
El Cubo era, hasta hace relativamente poco (qué es un cuarto de siglo, nada, una minucia comparado con lo largo que se nos está haciendo la cuarentena), un inmenso huerto. Logroño, en el remoto siglo veinte, desaparecía en la confluencia de Carmen Medrano con Gonzalo de Berceo (hasta ahí se extendía La Bene y allí se ubicada la antigua cárcel de la que sólo queda un castaño) y con General Urrutia. Un letrero nos recordaba que ahí empezaba o acababa la capital riojana. Fue precisamente este tramo el primero en ganarse a la ciudad con la construcción de unos modernos unifamiliares a los que después le siguieron los bloques de edificios (muchos de VPO) que han convertido El Cubo en uno de los barrios más dinámicos de la capital.
Una vez situados, hemos de decir que la vía del tren (jamás será soterrada por completo, no habrá tiempo ni dinero para la tercera fase) separa a los vecinos del Cubo de Valdegastea. A su vez, la Ermita del Cristo les lleva a El Cortijo y el Cuarto Puente (es también el de Sagasta y el de Manterola, ingeniero cuyas pasarelas tienen ecos de Calatrava pero, al contrario que éste, entrega sus obras en plazo, con garantía y sin pleitos a la vista) les conduce al Campillo. Todos estos barrios ya los hemos recorrido.
Metiéndonos en harina, la panadería Veritas Panis (La verdad del pan en román paladino) sirve de entrada al barrio. En noviembre cumplirá cinco años y, hasta este lunes, lucía unas colas pantagruélicas. En ausencia de supermercados (aunque escondido entre sus calles figura un Carrefour Express), el pan que se consume en El Cubo procede, mayoritariamente, de Veritas Panis y La Suiza.
Fernando Díaz, desde su obrador en el que emplea a cinco trabajadores más, no sabe explicar por qué se han disipado las colas porque «hacemos el mismo pan». La fila, sin exagerar, llegaba hasta Purita Ugalde, cantante conocida como La Riojanita y que tiene una vía paralela al tren. En Veritas Panis se come «y se hace» pan de verdad, algo inédito en estos tiempos.
Continuando por la calle Valdeosera, en nada reaparece el costurón del tren que ejerce de barrera con los vecinos de Valdegastea.
Pablo Ezquerro vive con su madre, Maite Sáenz de Samaniego, su hermana Aurora y su perra Shiva (15 años, una eternidad en términos humanos) en una de las últimas casas rústicas que quedan en El Cubo. Frente a él se encuentra Lore Artea, pero como hemos dicho, eso ya es otro barrio.
Pablo vive en El Redal pero con el confinamiento se ha venido a Logroño. Tiene una casa modesta, «que exige muchos cuidados», el tren pasa a pocos metros pero dispone de un huerto envidiable. Sin salir de casa «estoy moreno», bromea aunque no deja de ser cierto. La familia lleva más de veinte años en el Camino de La Gurusilla: «No te rías, pero esto se llama así».
Antes de poner rumbo a Cenicero para «espergurar» nos recuerda que ellos llegaron a la Gurusilla cuando eso era un sindiós de «movimiento de tierras». El ladrillo pudo con los huertos aunque todavía su casa nos remite al inmediato pasado de El Cubo.
Desde ahí se prosigue por Ronda de Cuarteles hasta llegar al Parque de El Cubo, que será territorio comanche a partir del lunes. Los jardineros del Ayuntamiento más que segar, cosechan la hierba. Con la cuarentena se había puesto tan alta que parecía cebada.
Los niños del Cubo, una vez se liberen de la tiranía de las clases (la zona cuenta con una escuela infantil homónima, el colegio Vicente Ochoa y con el Instituto Escultor Daniel), disfrutarán del parque como si no hubiera un mañana. Y si no les basta con este, tienen sin salir del barrio el Parque del Ebro, un horizonte inmenso de posibilidades lúdicas a explorar (y explotar) a partir del lunes.
El Cubo dispone, por supuesto, de bares para saciar la sed de sus vecinos (desde El Mirador se puede tocar el Ebro y se ve, sin esforzarse, Oyón) y una considerable red comercial de cadenas de barrio.
Abiertas siguen Clarel, negocio franquiciado, Omar (Carnicería 3.0), Charcutería Mamen, Frutas Mavi, etc. El resto, salvo error, permanecen cerrados al igual que la Parroquia Ezequiel Moreno.
Concluimos la visita solicitando la colaboración de los vecinos, para que no se diga que los periodistas nos somos útiles. El pasado 4 de abril se perdió una cotorra o una lora del Amazonas. Se llama Vera, tiene 10 años, lleva una anilla en su pata derecha y tiene una llamativa cola roja. Es muy cotorra pero también glotona. Si alguien la ha visto, los dueños (adjuntamos teléfono en la versión en pdf de este diario) sabrán agradecer su recuperación.
Por cierto, como todos ya saben, el caprichoso calendario ha querido celebrar a la vez el cuadragésimo día de cuarentena (a contar desde el 15 de marzo), Sant Jordi (aragoneses junto a castellanos y leoneses festejan igualmente a San Jorge) y el inicio del ramadán, el mes del ayuno de los musulmanes. Si superamos sin lacerarnos esta efeméride, el final de la cuarentena será cuesta abajo.
Además de todo eso, este jueves 23 de abril también es el Día Internacional del Libro. Si todo hubiera sido normal, hoy hubieran salido a nuestro asalto.Los libros entretenienen más que Tele 5, apenas crispan y, al contrario que las páginas de los periódicos, no son perecederos. Y, por supuesto, están mejor escritos.
Cuando todo esto acabe, las bibliotecas y las librerías de Logroño seguirán prestándolos y vendiéndolos (la del barrio, Los Sauces, por si acaso sigue abierta). Quién sabe, quizás nos puedan hasta venir bien para la próxima pandemia.






