Ciudad en la ciudad
A Ingrid, la autora gráfica de estas fotos, el lunes (el martes para ustedes) se le cayó el alma a los pies. Visitó la Gran Vía y se quedó impactada con lo que vio. Parecía Nueva York tras el crack del 29. Ayer me llamó alertada: ‘¿Estás en tu barrio? ¿Pero qué está pasando? Está todo abierto’. Ingrid, como muchos, aún no saben que la calle Huesca es una ciudad en la ciudad. Les explico.
Mis abuelos, a principios de los setenta, se compraron una casa en Pino y Amorena, justo donde empieza la calle. Ellos nunca la habitaron, sus hijos sí. Ellos, en Logroño estaban de paso. Mucho más tarde, treinta y cuarenta años más tarde con precisión, a mis abuelos les llegó su hora. Murieron cuando les tocaba. Nonagenarios (186 años entre ambos). Fue ley, no accidente. Lo hicieron en el edificio Jaime I, en Huesca 82, al final de la calle.
En estos cuarenta años, sus hijos abandonaron Pino y Amorena pero no se fueron muy lejos. La calle Huesca es, de hecho, no sólo mi calle sino la de toda la familia. Cinco de los hijos de mis abuelos viven acá o justo en sus confluencias. De sus nietos, ninguno lo hacemos. Por eso siempre me gusta decir que a Logroño voy y vengo, pero a la calle Huesca siempre vuelvo.
Este reportaje homenajea a los 3.273 vecinos, mujer arriba, hombre abajo, que encuentran cobijo en sus 82 números. Sólo Duques de Nájera nos supera en habitantes heroicos.
Como para este viaje no necesito alforjas, cierro lo ojos y les digo lo que veo. Empiezo por El Semillero, que al igual que el Parque Chile, se queda fuera del objetivo de este paseo. Sin estos parques no se entiende el día a día de la calle Huesca. Pero como es lo único que está cerrado, pues como que tampoco pasa nada.
Abandono el Jaime I, cruzo y nos encontramos con el edificio más fotografiado la pasada semana antes de que todo esto se fuera de madre. Sus vecinos fueron los primeros en ser agraciados con el confinamiento. Cambio de acera y dejo atrás Motos Martínez, Trébol y el Barber Shop, lo que viene a ser una peluquería. A los hipsters les mola más llamarlas barberías. Allá ellos mientras pongan sus barbas a remojar. Por cierto, antes de cruzar el paso de cebra les informo que eso, la barber shop, antes era la Peluquería de Chema Varela, ahora trasladado a la esquina de Pérez Galdós con Vélez de Guevara e igualmente clausurada.
En la otra esquina está la farmacia Canales, para los que la vida no cambia, y el Rincón de Orozco. Acabo la manzana y la izquierda me encuentro ahora con el bar de Carlos y El Resbalón. Hago un inciso. A cinco metros se encuentra el ambulatorio de Labradores. No necesito subir para saber que ahí está Idoya. Es la médica y psicóloga de medio barrio. Antes del bicho, metía más horas que un reloj. Ahora, ni les cuento. Pese a que es navarrica, se merece una estatua o toda una calle. No sólo ella. Todos los médicos, enfermeros, auxiliares, etc. que combaten esto.
Dejó atrás el inciso, paso por el almacén de Prudencio, también familia, sigo hasta la panadería. Su dueña se llama Pili aunque son Berta y Arancha las que despachan. Lo siguen haciendo. Justo al lado oficia David, al frente de su frutería. No le veo pero sé que lleva la mascarilla puesta. Dejó atrás El Ángel (las golosinas pueden parecer superficiales pero son más necesarias que nunca), paso Chile y prosigo. A la derecha se queda mi kiosko de toda la vida y, en nada, Olimpia. Juan no está. Sí está José Luis, al frente de la frutería. La boulangerie no para pero el establecimiento de lotería, sí.
Inciso 2. El lado derecho está colonizado por el colegio de Jesuitas, uno de los cuatro del barrio junto con el Castroviejo, Vélez de Guevarra (el mío) y Madrid-Manila. Cuando todo esto era normal, la calle Huesca era un sindios cada vez que a los de Jesuitas les daba por volver a casa. Se montaban doble filas pantagruélicas. Ahora las echamos de menos. Eso es lo único que ha cambiado.
Dejo atrás El Fresón, la clínica dental Lozanoandia (atienden urgencias o eso me imagino), La Nuez, el Gaudí, Planeta Limpio (el gran vencedor de todo esto es el planeta, por fin respira), el estanco, ACESUR, Magaña (negocio que acabó en divorcio, con las dos familias unidas por el callejero pero separadas), la farmacia,…
No sigo. Me estoy dejando la vista. Antes de ser engullido por Vara de Rey, me encuentro con la tienda de precocinados, la pollería y, en la otra esquina, la cafetería que tomó el relevo de Givier. Aguantó heroicamente hasta el sábado por la tarde.
Inciso 3. Al fondo se intuye la estación de tren. En esa parte de la ciudad se está completando la mayor obra civil que verán los logroñeses. Habitualmente, eso es una mascletá de soldadores, ingenieros y currelas. Al parecer, todo eso está a punto de acabarse. Por solidaridad echarán el freno. Si no hay jubilados que les jaleen y les digan cómo se hacían las cosas cuando se hacían de verdad no tiene sentido seguir. Por cierto, mientras las Fallas paran. San Bernabé sigue. Se quiere conmemorar el 499 aniversario de un asedio. ¿Alguien en el Ayuntamiento cree que estamos para vino y sardinas?
Esto es lo que veo. O lo que creo que veo. La normalidad en tiempos de excepción.






