Centro de todo, centro de nada
Yo periodista, patógeno con patas, con un boli como fusil y un folio como mayor pertrecho, me acerco a la Gran Vía del rey demérito. Me dicen que está pasando algo histórico y que no puedo perdérmelo.
Logroñés, como lo son ustedes, de piccino, piccino, cuando no teníamos nada y nada precisábamos, para mí la Gran Vía era como un parque de atracciones. Era mejor. Había de todo. Gente, tiendas, hasta castañeras. Si no andabas ojo a vizor, la marabunta te engullía.
Cuando tenía las hormonas descontroladas por una enfermedad llamaba adolescencia y que, como ésta, se cura con el tiempo, necesitaba estar en casa lo menos posible. ¡Eso sí que era una prisión y no las de ahora! Para alcanzar la Mayor, los de mi barrio (es decir, medio Logroño), teníamos que pasar sí o sí por la Gran Vía.
Vacunado de la edad del pavo, he de decir que transitar por la Gran Vía se convirtió para mí en algo secundario. Unas fastuosas obras (es necesario que os recuerde quién estaba al frente de las mismas) convirtieron tan arteria principal en una pista de aterrizaje sin aviones. La primera que tuvimos en toda La Rioja. Después construyeron la de Recajo que, por cierto, ahora que quizás la necesitemos, sólo sirve para entretener drones. El aeródromo de Agoncillo no está operativo y se han limitado a cuatro al día, como máximo, los servicios que unen Madrid y Logroño. Estrangulamiento total.
Pues bien, como decía, la Gran Vía era como la Quinta Avenida o los Campos Elíseos. Le faltaban un par de tilos para que fuera Unter den Liden y cuatro piedras para que pareciera los Fori Imperiali.
En el tercer o cuarto día de cívica reclusión, ni me acuerdo de cuántos llevamos ni cuándo acabará, de toda esta grandeza queda bien poco. La Gran Vía, ahora mismo, está más desabastecida que cualquier calle de Idlib, Siria.
La Gran Vía alardeaba de todo, pero ahora ya no tiene nada. Su esplendor era superficial. No, mejor dicho, era superfluo.
Opto por recorrer la Gran Vía pero, para no deprimirme, visito sólo los números impares. El recuento parece un parte de guerra. Y no subo a las entreplantas donde el panorama es parecido o peor. Cuatro cafeterías, dos hoteles (uno herméticamente abierto y el otro, el Cartlon-Río, no recibe huéspedes pues estos han de alojarse en el Ciudad de Logroño), dos peluquerías, otros dos restaurantes (el Miyako y lo que quiera Dios que sea el Burguer King, no estoy para taxonomías), una aseguradora, quince negocios de ropa, calzados o complementos, seis tiendas de telefonía, tres inmobiliarias, dos joyerías, una agencia de viajes, dos perfumerías, otros dos jugueterías (aunque quizás ahora sean más necesarias que nunca) y una librería. Huelga decirles que, por imperativo legal, se encuentran cerrados.
Después tenemos seis filiales bancarias con horario reducido, una clínica odontológica, dos estancos para hartarnos de fumar (sé que dispensan más servicios), hábito bien saludable aunque con la que está cayendo a ver quién se atreve a quitarnos el tabaco, otras dos farmacias y, lo que considero que son negocios en zona gris: una tienda de gominolas, en principio operativa, y dos establecimientos de dietética y nutrición (alguien piensa en hacer dieta ahora).
No me olvido de las ópticas. La Gran Vía es su calle. Hasta ocho contabilizo y sólo en un lado. Sinceramente, no sabía que los logroñeses sufriésemos tanta presbicia. Aunque mal de la vista andamos. No vimos venir esto. No lo vio nadie. La ópticas sólo atienden urgencias, aunque están siempre atentos al teléfono o cualquier consulta por internet.
Como pueden ver tras esta enumeración prolija, en la Gran Vía hay poco, muy poquito, que llevarse a la boca por eso acabo mi paseo saludando, por teléfono, a mi dentista. Me pide confidencialidad. No quiere presumir de conocerme aunque yo sí presumo de que él o ella sea mi odontólogo.
«Sólo atendemos urgencias», me dice. Aunque al poco tiempo se calla. Sabe que tengo las muelas melladas y que puedo ser un caso grave. En cualquier caso, me dice que ya mañana cierra, que han recibido instrucciones, precisas, del Consejo General de Dentistas. «Sólo podemos atender dolores, infecciones o acabar con los tratamientos (como quitar puntos) iniciados anteriormente». Urgencias. «Del resto, nada».
Su profesión está muy expuesta al COVID-19 (casi acabo el artículo sin mentarlo) y sabe que el «caos» vendrá después «cuando haya que poner al día las citas».
El caos llegará para todos, necesitamos que llegue, aunque en muchos sectores será insoportable. El suyo no será de los más afectados.
Ayer tampoco se perdieron nada. Absolutamente nada. Gracias por quedarse en casa.
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La Estrella, zona cero sanitaria






