Bye bye paradise
Iván Pérez García (Logroño, 1980, año arriba, año abajo) emprendió hace tres meses el viaje de su vida. Más que un viaje, un punto de inflexión, un journey en la acepción inglesa del término. Dejó Logroño, su trabajo en Villabuena y se marchó a las antípodas. Su objetivo era perfeccionar su ya de por sí óptimo inglés y puso rumbo a Australia. Su intención era volver en verano, pero el COVID-19 lo ha acelerado todo.
Gold Coast es una ciudad australiana, de tamaño medio (600.000 habitantes). Un Alicante cualquiera. Ofrece sol, surf y diversión a partes iguales. Hasta esta semana. Gold Coast se puede convertir, en breve, en el escenario de una película de serie B. Lo tiene todo: bikinis, salitre, arena y una amenaza exterior. Se llama coronavirus y también ha llegado a Australia.
Esta ciudad saltó a la fama hace poco cuando se conoció el positivo de Tom Hanks, el actor de La Terminal, y de su mujer. La pareja se encontraba a seis kilómetros de Gold Coast, rodando una película. Entonces se dispararon las alarmas entre los oriundos y la legión de inmigrantes, asiáticos y europeos, que como Iván allí estudian o trabajan.
«Estaba todo bien, no había casos hasta que salió lo de Tom Hanks», recuerda mientras mira en skyscanner una huida del paraíso. «No faltaba comida en los supermercados, quizás pasta (en Gold Coast hay mucha diáspora italiana), pero de la noche a la mañana desapareció el papel higiénico de los lineales (ver imagen), hasta el punto de que un periódico regalaba seis pliegos de papel en cada ejemplar», informa. Esa promoción se hizo viral.
El COVID-19 no afectaba a la isla continente, que trató por todos sus medios de sacar adelante el Gran Premio de Australia. No pudo. La amenaza venía de fuera pero comenzaba a estar dentro. «En Australia no se han adoptado medidas concretas aunque sí que es cierto que se ha extremado la higiene en todas instalaciones, hay dispensadores por todos los lados pero sin mayor histeria», describe.
La confianza en el paraíso australiano comenzó a desplomarse «hace tres días». «El lockdown (cierre total a la italiana y española) aún no se ha adoptado, el Gobierno no ha dado ese paso pero la curva va in crescendo. El 2 de marzo había 102 casos y hoy (por el martes), el último update (actualización) es de 449. Crece, pero parece que sostenido», analiza.
Aunque los habitantes de Gold Coast están tranquilos, el coronavirus ha desestabilizado el turismo, la mayor industria de la zona. «La temporada está acabando pero esto ha golpeado fuerte. Tengo amigos en el sector de hostelería que antes trabajaban treinta horas y ahora sólo meten diez. Los riders antes hacían cinco carreras y ahora sólo una», detalla consciente de que la situación, si sigue la curva española, va a ir a peor.
Iván, y los que se encuentran como él en Australia, tienen otros dos problemas que no son fáciles de solucionar. Nadie sabe si los seguros, tanto de estudiantes como de trabajo, cubren pandemics, como el coronavirus. Quizás no se ponga enfermo pero, si se pone, pagar la sanidad australiana es peor que afrontar una hipoteca. Además, ha decidido volver mas no sabe si podrá hacerlo: «Estamos en contacto con el consulado. Hemos visto las orejas al lobo y vemos lo que puede pasar. Aquí estoy en excedencia, me vine a estudiar y resulta que en la academia ya nos han dicho que es muy probable que implanten la telenseñanza. Además, estoy pagando un apartamento que no es barato y no sé si podré salir de aquí: Tampoco sé qué me puede pasar si me quedo y se me caduca el visado», se lamenta.
«Cómo iba a pensar yo que iba a pasar esto. No sé, creo que voy a volver, voy a mirar vuelos», se despide.
En teoría, Iván está ya volando de vuelta. El espacio aéreo sigue abierto. Si en los hubs internacionales de Catar, Dubái o Singapur no le retienen, ya habrá pasado lo más difícil. Su principal temor es ése, hacerse un Tom Hanks y verse envuelto en una trampa aeroportuaria, como en La Terminal, sin permiso para salir hacia España ni para volver a Australia. Cuando lo logre, el resto será cuestión de horas, aterrizar en Barajas y buscar un bus para Logroño. Ya no hay muchos. Cuando llegue, que llegará, se pondrá en cuarentena voluntaria. Su abuela es nonagenaria y sus padres tienen una edad y un historial que les convierten en objetivos. Es hijo único y también vuelve para cuidarlos. Por eso aplazará el reencuentro hasta que todo esto quede atrás.
Cuando esto pase, que también pasará, acordémonos que somos un pueblo de emigrantes, que muchos de los nuestros están teniendo problemas para volver y que, los que nos vienen por mar, que también nos volverán a venir, lo hacen por extrema necesidad. La misma que empuja a Iván y tantos otros a volver.






