A espaldas de la ciudad
Los viernes ya no son la promesa de felicidad que fueron pero como ya es fin de semana y estamos preñados de malas noticias, voy a hacer caso a Blanche Dubois antes de subirse a Un tranvía llamado deseo: ‘Yo no quiero realismo, quiero magia’.
Por eso cruzo el Ebro y me acerco a Las Norias, el otro nombre con el que se conoce al barrio de El Campillo. La mayoría de logroñeses, por no decir la totalidad, sólo nos acercamos a sus calles los domingos de mercadillo, los días de verano o la semana de San Mateo, caiga cuando caiga ésta que tenemos al santo (y un poco a todos) un tanto confundidos. El resto del año pasamos olímpicamente del barrio (y ellos de nosotros). Viven a la espalda de Logroño y sólo nos acordamos de ellos cuando el río baja crecido.
El paseo arranca en la Pasarela, el tercer puente de la ciudad, el único sin nombre. De sus paredes cuelga un consejo: ‘Cría cocodrilos y te comerás los huevos’. Al final surge la Ciudad de Santiago, urbanización que combate las crecidas del Ebro y la maleza del soto. El Campillo nace o acaba ahí. La pasarela les devuelve a la ciudad y la calle Cabo Noval (y su travesía) les comunica con San Antonio, el barrio hermano.
Del Ciudad de Santiago parte la Avenida de la Playa, arteria que tiene aroma de verano. Huele a lo mismo que el Rincón de Julio, cuyo cardumen de sardinas espera a ser braseado cuando todo esto acabe. Tras éste se ubica El Embarcadero, terraza privilegiada donde antes aguardaban atracadas las barcas de Pachi. A su espalda figura el camping, cerrado hasta nueva temporada (vete a saber hasta cuándo) y la Hípica (Deportiva y Militar). La institución mira al futuro. Su edificio lo hace al pasado. Dicen que sus ventanas llevan sin orearse desde el 81.
Antes de adentrarme en el barrio quiero hacer un inciso. Entre el Rincón de Julio, que siempre estuvo allí, y las barcas de Pachi se encontraban las piscinas del Ebro, la respuesta logroñesa a Salou o Castrourdiales. Recuerdo (me pasa como a la protagonista de La otra mujer de Woody Allen que antes de convertirse en un apestado dejó guionizado que no sabía si un recuerdo era ‘algo que se tenía o algo que se había perdido’) que meterse en ellas era una gymkana emocional altamente contagiosa, mucho más que el velorio al que acudió Camarón. Ríete tu de los scape room actuales. Los padres te calzaban las cangrejeras, te aconsejaban que no tragaras agua y seguían fumando. Las madres sufrían más que en el paritorio. No habías entrado en el agua y ya sentías que te habían meado bien cerca. Pasabas más tiempo esquivando chorongos que braceando. ¡Eso sí que era un riesgo de infección y no los de ahora! No sé si fue la entrada en la Comunidad Económica Europea o la protesta de nuestras madres pero el caso es que el Ayuntamiento de turno puso fin a ese sindiós y el Ebro se acabó tragando las piscinas. Después levantaron Las Norias y, a su alrededor, se desarrolló El Campillo.
Para entrar en él y tras dejar la cristalizada pista de atletismo y el Adarraga (a la izquierda queda Franco Españolas, límite oriental del barrio), hay que enfilar Concepción Arenal, pionera del feminismo patrio. No tardará en ser culpada del bicho. El Campillo es el frente norte de la ciudad pero también es el barrio de las letras de la capital. Su callejero, por donde corre el aire y se cuela el sol (no andan faltos de zonas verdes los vecinos), nos acerca a la más logroñesa de nuestras escritoras (María Teresa León), la celebérrima Ana María Matute (tan barcelonesa como mansillana), la Pardo Bazán (a la altura, en todos los sentidos, de Benito Pérez Galdós) o Segundo Arce.
Alimentación Martínez y Frutería el Campillo, en los bajos del edificio Campo Bello, sacian el apetito del Campillo. El resto de establecimientos, que tampoco es mucho, permanece cerrado hasta nuevo aviso. Los vecinos no parecen preocupados por la carestía. Viven al margen de casi todo.
El barrio acaba en las calles Paseo Campillo y Graciano. Allí se ubica el Alcaste. Me dicen que allí se reza y se segrega en tres idiomas. No lo sé aunque me parece que en apenas un trimestre se han quedado sin cheque y sin clases.
Como si fuera un bonus track, me subo al Corvo, límite de la ciudad. Tras los restos de la muralla se ubican las primeras vides de la capital. Damos la espalda a Álava. Desde ese otero, que además de circuito de motocross ha sido tantas cosas, se respira Logroño. El Ebro fluye apacible y la ciudad, escondiéndose de la calima que nos ha traído el bicho, parece ensimismada.
Episodios anteriores:
Marqués de Murrieta: Fuente, cuartel y beneficiencia
La Guindalera: Un barrio a medio gas
Paseo de las Cien Tiendas: Fantasmas en la milla de oro
El Cortijo: Lo más cerca del paraíso
La Laurel: Esto será una fiesta
Calle Huesca: Ciudad en la ciudad
La Cava Fardachón: Un barrio, dos o ninguno
Gran Vía: Centro de todo, centro de nada
La Estrella: Zona cero sanitaria
Prealarma: Wuhan era esto






