Confinados desde 1991
Mina Mazzini, la voz universal del Parole Parole, ha vuelto a la actualidad porque la cantante italiana lleva recluida voluntariamente en Lugano (Suiza) desde 1978. Desde entonces, sólo ha aparecido en público en dos ocasiones. No hay ejemplo mayor de reclusión aunque en El Collado, capital de nuestras Alpujarras, epicentro de La Rioja más vacía y vaciada, saben mucho de confinamiento, aunque en este caso involuntario.
Marcos Moya (Sorihuela de Guadalimar, 1943) y Lucía Barrio García (El Collado, 1940) retornaron a El Collado en 1991 con el objetivo de devolver la vida a un rincón esquinado desde hace más de medio siglo. Su aldea, La Santa, La Monjía (donde nace el Jubera), Ribalmaguillo, Buzarra, Oliván, etc. conformaban la versión riojana de las Alpujarras, pueblos construidos en las alturas a base de lastras, paisajes áridos de inspiración mediterránea pese a la abundancia de robles, infraestructuras reducidas al mínimo o inexistentes y la más absoluta sensación de aislamiento.
Marcos y Lucía, personajes un tanto quijotescos y serranos, iniciaron en 1991 la recuperación de El Collado. Durante el confinamiento son los únicos moradores de un municipio que en su día, junto con las aldeas vecinas de Santa Marina, Reinares y Bucesta, llegó a cobijar a medio millar de habitantes. Cuentan, por compañía, con una cabrada de 28 ejemplares, sin contar a los chotos nacidos en febrero, y una treintena de gallinas. Con la huerta, las setas que recogen en las inmediaciones, los quesos que elaboran y los huevos de gallina, «más lo que nos traen de vez en cuando», aguantan el confinamiento. No necesitan bajar a Logroño ni se lo plantean.
Lucía nació, hace 80 años, en la casa en la que vive desde 1991. «Yo no tengo miedo a nada», advierte con firmeza. «Marcos sí que toma más preocupaciones», informa.
La cervantina empresa iniciada hace treinta años va dando su fruto. La localidad dispone de varias casas (Villa Leonor, Los Arañales, Villa Juan, etc.) totalmente rehabilitadas al tiempo que, en letreros escritos al carboncillo, se informa de los principales hitos urbanísticos de El Collado: fuente, Plaza de San Blas, Iglesia de San Juan Bautista, la antigua escuela convertida en un moderno refugio que sirve también como salón de actos.
La historia de El Collado es, en cualquier caso, la crónica de un espolio o así al menos lo entiende Marcos: «Nos han robado el pueblo». A las puertas de la iglesia de San Juan Bautista, templo erigido en el siglo XIV, denuncia la continúa expropiación sufrida. «Miguel Ángel Ropero (consejero de Cultural hace un cuarto de siglo) se llevó los frescos. La pila bautismal también desapareció al igual que la cruz. Y las campanas se las llevó el obispo Abilio (del Campo y de la Bárcena) y nunca volvieron», denuncia. Las tradicionales lastras que conformaban muchas de las casas también fueron objeto de un «saqueo descarado», lamenta Lucía.
Como Santa Marina -las dos aldeas, pese a sus lazos familiares, siempre han estado peleadas- carece de corriente eléctrica. La señal telefónica es por satélite y, entre las muchas demandas que formulan al Gobierno de La Rioja («hemos invitado a Concha Andreu y a mi paisana Eva Hita pero no han respondido a la invitación», critica Marcos) destacan «la ampliación de la captación de agua, porque en verano hay agua para las vacas pero no para las personas» y «luz». Su aislamiento se podría solucionar si asfaltaran el camino «hasta el cruce de San Martín», aunque esta infraestructura deberá esperar. Tras la emergencia sanitaria no va a haber dinero para nada.
Aunque la sensación es que, desde el 14 de marzo, el tiempo se ha detenido, en El Collado no han tenido tiempo para aburrirse. La pasada semana se murió una yegua «en el centro del pueblo, en el camino de Bucesta» y tuvieron que esperar 48 horas para que, desde Santa Engracia, la retiraran «antes de que fuese pasto de los buitres y se convirtiese en un foco de infección mayor que el coronavirus». Además han podido ver a la Guardia Civil deteniendo a un vecino que se saltó la emergencia para disfrutar de su segunda residencia en El Collado. «Nosotros no le llamamos pero aquí se plantaron», informan.
El coronavirus no les ha cambiado la vida. El Collado poco tiene y nada espera. Eso sí, para Marcos, a los pies de la carretera que te devuelve a la LR-477 («al menos conseguimos que nos la asfaltaran el tiempos de Antonino -Burgos-, porque aquí en invierno no se podía ni salir y encima las quitanieves no limpiaban el camino», recuerda), la crisis sanitaria «nos va a venir bien para parar y pensar si íbamos bien». Efectivamente, no sabemos si íbamos bien pero íbamos todos muy deprisa.






