La entrada a Logroño
Al parecer hay motivos para ser optimistas. La curva no está vencida pero se vence. Los recuperados superan a los nuevos positivos, los niños a partir de mañana recuperan la calle y puede que en nada, el resto podamos salir a practicar deporte. A la espera de que se cumpla este sueño de lo más pedrestre, nos acercamos al barrio de San Antonio, la puerta de entrada a la capital.
Se trata de uno de los barrios más humildes de la capital, ubicado al norte de Logroño y desplazado por el empuje urbanístico de El Campillo. Pero, al contrario de éste, lleva toda la vida a las puertas de Logroño.
Para llegar a San Antonio, que no es más que un par de calles (Del Ebro y Sáez Porres) y un par de carreteras (la de Navarra y la de Mendavia, junto al Pozo Cubillas), había que cruzar el Puente de Piedra. Ahora ya no. Hace un par de días se reanudaron las obras de restauración del Puente de San Juan de Ortega, el otro nombre del viaducto.
Junto a la entrada del Puente de Hierro, el más antiguo de los cuatro de la capital, se ubica Franco-Españolas. Elaboran vino pero en realidad venden tradición. Se trata de la primera bodega de Logroño, la más icónica, la que ofrece la mejor perspectiva de la ciudad. Su panorámica a la calle Sagasta es de postal.
En la Calle del Ebro todo está cerrado. La Casa de las Ciencias no recibe visitas y tampoco lo hace el Bar Yayo Julio. La Carnicería Isidro, el Autoservicio y Electricidad Iglesias cerraron hace tiempo. Un vecino reconoce que el confinamiento «es peor que la cárcel». En San Antonio ya no queda ningún establecimiento abierto. Hay que acercarse al Campillo o subir por la Carretera de Navarra, dejar atrás la Iglesia de San Antonio de Padua, patrón de las cosas -que no causas- perdidas (el 13 es su onomástica, a ver cómo estamos entonces) y detenerse antes del antiguo local de Reto. Si eso no basta, no toca otra que cruzar el puente y entrar en Logroño.
Lo primero que ven los que nos visitan desde Oyón, Viana o Mendavia es el cementerio, lugar al que nadie quiere ir y menos a causa de la pandemia.
Mientras que el camposanto está cerrado a cal y canto, los huertos sociales que brotan a su alrededor acaban de recobrar la libertad.
Dependiente de El Campillo, aunque físicamente en San Antonio, se ubica el primero de ellos. Jorge Úbeda es el vicepresidente de la junta que lo gestiona. Hay 89 titulares de esta explotación comunitaria, lo que explica la distribución de cargos para velar por el correcto funcionamiento de la parcela.
Los titulares pagan, durante tres años, cien euros, con los que se afrontan los gastos corrientes de mantenimiento de los huertos. Y, aunque parezca lo contrario, son muchos. «Vaciar el contenidor de residuos orgánicos cuesta 242 euros», informa. Eso explica los 4.212 euros de gastos del pasado año. Hay comunidades de vecinos que tienen menos presupuesto.
Las parcelas no superan el celemín (doce de estos completan una fanega y con 60 haces la hectárea) pero suponen un oasis de libertad para sus inquilinos. A las ocho reabrieron las puertas y, al mediodía, siete personas ponían en orden sus cultivos. Han hecho turnos para tal fin. La cuarentena ha dejado el huerto echa unos zorros pero al menos la Delegación del Gobierno ha firmado la Paz de las Huertas.
Tras el Huerto Urbano se ubica la Cuesta Pavía. Ahí, en lo que ahora es una gravera, jugaba el Atlético Riojano, el equipo que vestía como el Betis y que allá por los noventa (incluso antes) perdió su último partido. Ese campo de tierra, tan cerca de Oyón como de Logroño, fue durante muchísimos años su casa.
Rodeando el cementerio se ubica la calle Francisco Sáez Porres, vía que el barrio de San Antonio comparte con los de El Campillo. La ocupa por completo unas viviendas del IRVI edificadas con mucho gusto y espero que a prueba contra la humedad.
En sus bajos se ubica Mármoles Rene. Ubicado junto al Cementerio, no es necesario decir a qué se dedica. La Casa de las Asociaciones completa casi todo la calle que, en la esquina, cuenta con una tienda que tampoco necesita presentación: Vini Vidi Bici. Más que una tienda (y de las buenas, me consta) parece un palíndromo en latín.
En la esquina del cementerio con la calle Pozo Cubillas (aunque en realidad es la Carretera de Mendavia, o al menos siempre lo ha sido), nos recuerdan que la vida es una materia azarosa y que lo único que es seguro es la muerte que, como el coronavirus, entra sin llamar a la puerta: ‘Contados son tus momentos. Mañana u hoy morirás. Que no avise ¿estrañarás? No entiendo de cumplimient(os)’.
Frente a la central eléctrica muere el Camino Viejo de Viana. En realidad, la primera calle de Logroño. De hecho, es por la que el Camino de Santiago, la Avenida de Europa, entra en La Rioja. Los peregrinos que nos visitan alcanzan el fielato pasando por aquí. Parece un camino pero es una calle. Así lo reclaman sus vecinos.
Inmaculada Mediavilla es la matriarca del clan. Ataviada de mascarilla y calentándose junto al fuego, ve la vida pasar. Sus hijos reconocen que en sus casas, aunque les falta de casi todo, «al menos respiran». Mantienen una reunión improvisada, legal y guardando la preceptiva distancia de seguridad. Informan que la policía pasa «dos veces por la mañana y otra por la tarde». Saben que desde primeras horas el camino «está muy animado» porque han abierto los dos huertos urbanos que se encuentran en sus inmediaciones. Tienen una reclamación al Ayuntamiento de la que hablaré en breve.
Más adelante vive María Teodora, hermana de ésta. Es la guardiana de las esencias del Camino. Heredó su misión harto peregrina de su madre Felisa que, desde 1982 a 2002, sellaba el pasaporte de los caminantes que entraban a Logroño. Aunque tiene una magnífica herencia genética -ella frisa 87 años, su madre murió nonagenaria y su tía centenaria- me pide que no me acerque. Teme al bicho, como todos.
El coronavirus se ha llevado por delante el Camino. Salía a la puerta a las 7 de la mañana y veía a los peregrinos pasar. Un espectáculo como cualquier otro. En 2002 tomó el relevo de su madre. El último entró en Logroño el 14 de marzo «y no sé cuándo vendrá el próximo». «Creo que este año no habrá», lamenta. Su libreta registra 356 peregrinos en enero; 279 en febrero y, en los primeros 14 días de marzo, 339. El Camino es, sin lugar a dudas, el principal protagonista del incipiente turismo riojano.
Más adelante aguarda Elvira, natural de Los Arcos, clase 1942. Ella se suma a las reivindicaciones de las hermanas Mediavilla. Piden que el Ayuntamiento les devuelva el contáiner que les quitaron hace un par de años. «No quieren que salgamos a la calle pero para tirar la basura tenemos que bajar hasta Logroño», denuncia. Demanda que les devuelvan el contenedor y que pongan «cantarillado» porque «lo pagamos pero no tenemos».
Perdieron su derecho al uso del contáiner por un ‘quítame allá esas pajas’. Fue una riña de gatos, una más de las que ofrecen nuestras calles. Los políticos llevan legislaturas peleando por menos. Una de ellas acercó demasiado el contenedor a su sardina. La otra hizo lo propio y el Ayuntamiento, hace un par de años, optó por una decisión salomónica. Ambas se quedaron sin contenedor. Ahora, en un mismo coro, reclaman su vuelta. No es tanto lo que piden.
Así se queda San Antonio, sin peregrinos que ver pasar.






