«No hay que mitificar los Pactos de la Moncloa, tuvieron sus claroscuros»
Feli Agustín / Logroño
El 25 de octubre de 1977, cuando habían transcurrido dos años del fallecimiento de Francisco Franco-20 noviembre de 1975-, tres meses después de las primeras elecciones de la democracia -15 de junio de 1977- y con la Constitución del 78 en estado embrionario, políticos claves en la Transición, Adolfo Suárez, Felipe González o Santiago Carrillo, que había logrado la legalización del Partido Comunista en Sábado Santo, suscribieron los Pactos de la Moncloa, uno de carácter económico y otro de contenido político. La crisis inédita del coronavirus que se está convirtiendo en una masacre para las vidas y amenaza con arruinar las economías ha llevado al presidente Pedro Sánchez a volver la vista atrás y apelar a reeditar unos pactos -la portavoz del Gobierno, María Jesús Montero, insistió ayer en este mensaje- como tabla de salvación colectiva y, seguramente, también individual. Pero ni él es Suárez, al que la historia ha envuelto en un halo casi mágico; ni esta es la España de la transición, en la que todo estaba por construir; ni tampoco parece que haya muchos arquitectos que le ayuden a trazar los planos ni a poner los cimientos. Carlos Navajas, doctor en Historia y profesor de la Universidad de La Rioja, recuerda en qué consistieron los Pactos, que entiende que hay que encuadrar en un contexto histórico específico.
¿Qué fueron los Pactos de La Moncloa?
Un gran acuerdo que contenía un documento político y otro económico, firmados entre las principales fuerzas con representación parlamentaria. Los objetivos eran realizar una ajuste económico e introducir reformas de carácter político-jurídico para sentar las bases del futuro estado democrático.
¿Fueron realmente relevantes para la consolidación de la democracia en España?
Fueron positivos, fundamentalmente desde el punto de vista económico. Entre 1973 y 1977 fue tiempo para la política, a pesar de la grave crisis del petróleo del 73; y a partir del 77 se comienzan a afrontar estos problemas económicos que se llevaban arrastrando cuatro años. El otro gran logro puede resumirse en una palabra, que luego ha sido muy manida: el consenso que, aunque no fue del todo global, luego se trasladó, en líneas generales, a la Constitución, que necesitaba paz social para llegar a buen puerto. También establecieron el estado del bienestar, que ahora muestra fisuras, como ha quedado patente con la crisis sanitaria.
¿Y qué cumplimiento presentaron?
La política de ajuste fue exitosa, al igual que la reducción del déficit exterior. Pero hubo muchos aspectos que se acordaron y después no se desarrollaron, como la reconversión industrial, de la que se encargó el Gobierno de Felipe González; medidas ambiciosas, como las reformas de la empresa pública o de la política energética, se quedaron en agua de borrajas. Los Pactos de La Moncloa tuvieron sus claroscuros, no hay que convertirlos en un mito. Hay que recolocarlos en su complejidad histórica para que dejen de ser una especie de fantasía que recorre la política española de vez en cuando. Hay que desmitificar los Pactos de la Moncloa o la transición porque eso no nos sirve de mucho a una sociedad democrática consolidada que pretende avanzar; con esas mitificaciones no se pueden lograr grandes objetivos. Creo que hay que ser más prudentes al hablar de nuevos Pactos de La Moncloa; yo desecharía esa terminología.
Se suscribieron dos, uno de tipo político y otro económico, ¿los cree hoy necesarios, en un escenario de pandemia y de problema catalán?
Ambos son retos de suma trascendencia. Pienso que habría que desligar uno de otro, habida cuenta que la crisis del Covid-19 afecta básicamente a la economía y la sociedad, aunque, sin duda, tendrá repercusión política. Que haya un acuerdo en el ámbito económico me parece correcto, lo que no parece tanto es volver a utilizar la fraseología de los Pactos de La Moncloa, porque las circunstancias del 77 son bastante distintas a las de 2020. Hay algunas ideas que se pueden retomar, como el acuerdo y el consenso, pero otras poco tienen que ver: entonces acabábamos de salir de una larga dictadura, vivíamos un camino de la transición a la democracia…, se podría establecer cierto paralelismo con la situación económica, pero tampoco guarda demasiado parecido. De tal manera que no sé hasta que punto es adecuado mezclar lo político y lo económico.
Los firmantes de los Pactos fueron Suárez, González, Carrillo o Fraga, aunque solo suscribió el económico. ¿Están los líderes de hoy a su altura o aquellos están un tanto idealizados?
Con el paso del tiempo se ha envuelto en cierta mitología a esos líderes y nos parece que los actuales no están a la altura. Pues ni una cosa ni la otra. Entonces, cada uno tenía sus interés: Suárez favoreció los Pactos ante su propia debilidad política; Carrillo tenía los suyos, tras las malos resultados en las elecciones de junio y su deseo por tener mayor presencia pública; Fraga se mantuvo al margen de los acuerdos políticos…No nos engañemos, no eran unos santos, aquellos tenían sus intereses y estos, los suyos. El enigma es saber si serán capaz de conciliarlos.
Tomaron parte los agentes sociales, que tampoco guardan gran similitud con el presente.
Las organizaciones sociales estaban en una situación embrionaria:las empresariales acababan de nacer, todavía muy influidas por el franquismo;y a nivel sindical, CCOO había protagonizado un papel sobresaliente en la lucha contra el franquismo y UGT justo salía de una situación de debilidad. Ahora estamos hablando de organizaciones sociales mucho más poderosas y mucho más acostumbradas a pactar. La situación, una vez más, es muy distinta.
¿Ve necesario un acuerdo económico?
Es una buena idea para llevar a reconstruir lo más rápido posible un sistema económico que se va ver muy afectado por el coronavirus y las medidas adoptadas como consecuencia de la pandemia; también considero apropiado uno de carácter político. Pero mezclar ambos en este momento me parece que complica aún más su consecución.
¿Y posible?
Bueno, en aquel momento no lo parecía y lo consiguieron. Se puede iniciar el camino y esperar a ver hasta que punto los actores políticos responden. Porque si, de entrada, establecemos que debe haber un consenso para alcanzar un acuerdo, no acometeremos ninguna reforma, como sucede con la Constitución, que se está quedando obsoleta. Así, como nunca hay consenso, nunca se reforma. Hay que iniciar el camino para modificar un texto que corre el peligro de quedarse bastante desactualizado con respecto al momento actual.






