Confinados en la sierra
Carmen Sánchez / Logroño
Ramón Barragán: “Fui el primero en cerrar y seré el último en abrir”
‘La Chata’, el único bar que tiene Nieva de Cameros está cerrado a cal y canto. Desde el pasado 14 de marzo Ramón Barragán ha colgado en su puerta un cartel que informa del cese de actividad temporal por el estado de alarma. Desde ese día su ‘oficina’ la ha trasladado a su casa, donde vive con su mujer, su madre, sus dos hijos -una niña de 3 años y uno de 13- y sus dos perros, a los que saca a pasear a diario.
Su rutina ha cambiado por completo. De recibir en invierno a los cuatro o cinco parroquianos que acudían a su bar a diario, a trabajar en casa y a ayudar a sus hijos con las clases a distancia y los deberes. Reservan las tardes para las actividades más lúdicas: juegos, manualidades…
Ramón lleva “muy mal” el confinamiento y reconoce que tiene “mucho miedo” a la economía. No puede evitar pensar en el futuro más inmediato. “Soy el que peor lo tiene; fui el primero en cerrar y seré el último en abrir”, se lamenta, al tiempo que recuerda que “mientras tanto pasan los días y no entran ingresos”.
Ve con impotencia cómo se va a echar a perder una de las mejores temporadas del año: la Semana Santa. Tampoco es optimista con el verano, temporada alta para la zona, si las restricciones se prolongan. “¿Qué hago yo en invierno?”, se pregunta. No le consuela pensar en el momento que vuelva a arreciar el frío, cuando consigue hacer una caja de 10 o 15 euros diarios.
A esta incertidumbre se suma el estrés de tener que preocuparse por los trámites administrativos. Se ha tenido que dar de baja como autónomo y no sabe cuando podrá volver a darse de alta. A pesar ello, le han cobrado la cuota íntegra del mes de marzo y ahora tiene que reclamar el reembolso de la mitad que no ha cotizado.
Le consuela saber que no tiene que hacer frente al pago del alquiler del local, aunque sí tendrá que seguir pagando facturas e impuestos. No entiende cómo tiene que pagar lo mismo que un autónomo madrileño cuando él vive en un pueblo que en invierno solo tiene una veintena de vecinos, a diferencia de ahora.
“No espero ninguna ayuda”, dice Ramón resignado. “Para el Gobierno de España somos un grano de arroz en una paella”, afirma. Por ello cree que debe ser el Gobierno riojano el que se preocupe por impulsar medidas que ayuden a mantener la actividad en la sierra.

José Ángel Barrutieta: “Tengo la suerte de trabajar, pero es muy desagradable”
José Ángel Barrutieta es ganadero y el carnicero de Nieva de Cameros. Lleva incluso el pan a las casas. Reparte no solo a los vecinos de su pueblo, sino también a El Rasillo y a Logroño. Es uno de los afortunados que no ha parado su actividad, por ser considerada esencial. Y, como todos, cuando termina su jornada, se mantiene confinado en su casa con su familia.
La ganadería es lo único que no se ha visto resentido con la crisis del coronavirus. “Mantiene su ritmo habitual; a los animales hay que cuidarlos igual”, dice José Ángel.
Lo que no mantiene el mismo ritmo es la carnicería que regenta, que hasta ahora tenía más actividad los fines de semana, especialmente los sábados, y esperaba la llegada de la Semana Santa como agua de mayo para abastecer a los nuevos residentes. Pero ahora ya da estos días por perdidos.
A diario la actividad es prácticamente nula, dice José Ángel, aunque reconce que estos días atrás esta situación ha variado ligeramente al haber más familias a las que les pilló el estado de alarma estando en Nieva.
A los vecinos que no pueden salir de sus casas les lleva los pedidos, que hacen para tres o cuatro días, mientras que los más jóvenes suelen desplazarse a diario hasta su establecimiento.
Reconoce que tiene suerte de poder seguir trabajando, pero al mismo tiempo que asegura la actividad se ha vuelto “muy desagradable porque no hablas con los clientes, estás con la cara tapada, los guantes…”. “Es incómodo, estresante y tienes que extremar las precauciones”, dice este carnicero. “Nunca sabes si vas a tener un despiste y lo vas a pillar (el coronavirus). Es un riesgo que corres”, subraya.
Si algo le impactó de esta crisis sanitaria es el primer día que bajó a Logroño tras declararse el estado de alarma. “Me impactó mucho verlo vacío; sentí mucha tristeza”, reconoce.
En cuanto al futuro más inmediato, José Ángel lo ve “complicado”, “básicamente porque la Semana Santa es una válvula de escape”, asegura, al tiempo que reconoce que dada la situación “no soy de los que más me puedo quejar”.
Confía, no obstante, en poder recuperar las pérdidas en verano, aunque pronostica que de seguir esta situación más allá de la primavera “los negocios de la sierra van a perder mucho”.






