Sin novedad en Avenida de la Paz
Avenida de Colón y Doce Ligero funcionan como una especie de paralelo (meridiano en este caso) 17. Separan el sector centro-oeste de la capital riojana del sector oriental, vertebrado, principalmente, en torno a Madre de Dios, Avenida de la Paz, su paralela (Duquesa de la Victoria) y, más al sur, Lobete.
En Avenida de la Paz, la principal de todas ellas, la vida sigue tranquila y eso que el primero de abril nos trajo un día perruno. Lo que hoy es Avenida de la Paz, lo más parecido que tenemos en Logroño a un bulevar haussmanniano, fue antes la calle del Generalísimo (F. F.) y, mucho antes, llevó el nombre del General Espartero, el más riojano, sin serlo, de todo el generalato. Cuando se conmemoraba el cincuentenario de la paz de los muertos, año arriba, año abajo, el Ayuntamiento decidió cambiar el nombre. El consenso fue unánime. La vía ideada por Fermín Álamo se bautizó como Avenida de la Paz aunque perfectamente se hubiera podido llamar De la Ilustración pues, al final, de la misma acabarían ubicándose la Universidad de La Rioja y, desde hace nada, la sede riojana de la UNIR.
En tal principalísima vía el endurecimiento del confinamiento no ha dejado sentir su huella. El pulso comercial de Avenida de la Paz se mantiene constante. Es un colmado a cielo abierto. Entre la estatua de Alfonso VI, obra de Dalmati y Narvaiza, y el monumento al Noveno Centenario (en 1095 Alfonso VI nos concedió el fuero y en 1995 lo festejamos), en la glorieta del mismo nombre, se cuentan más de una treintena de establecimientos esenciales. No es necesario que el BOE lo diga. En el barrio no faltan fruterías (Genco, Ali, Santa Lucía, Rey Nico, etc.), tres farmacias, varias carnicerías más, el kiosko de Roge, una tienda de consumibles de telefonía, un estanco, otra papelería, tres gominolerías (aunque asumen que «sólo se venden pipas y pan»), la lavandería, etc. Todo lo que tendría que estar abierto, lo está (salvo los vendings y la iglesia del Inmaculado Corazón de María).
Los dos mercados con los que cuenta Avenida de la Paz funcionan. Pero lo hacen a diferente velocidad. En el del Corregidor, frente al Ayuntamiento, antes de cruzar el ‘paralelo 17’, el ritmo es el habitual. «Salvo el bar, que está afectado por el decreto, el resto estamos funcionando con normalidad», informan desde la Frutería la Ribaza. El mercado cuenta con unos cuarenta negocios, la gran mayoría de ellos en activo.
En la parte final, justo cuando Avenida de la Paz se abre a la antigua Residencia San Millán (ahí se ubica la nueva Escuela de Enfermería; curiosamente 2020 es el Año Internacional de las Enfermeras y Matronas), se ubica el Mercado Patricia, el otro clásico de la calle. Antes de dedicarse al ramo de los abastos, fue el Cine Atenea. Su suerte como mercado está echada. Antes del confinamiento, sólo tres negocios atendían al público: Bacalaos Maite, Frutería Angelines y la Carnicería Moreno. Sólo estos dos últimos mantienen su inquebrantable compromiso con la clientela. Bonificacio Moreno, al frente de su carnicería, reconoce que el bicho le obligará a retrasar la jubilación: «Tengo 64 años y quería jubilarme en mayo. Entiendo que tendré que esperar algún mes más», lamenta. Sus ventas se han visto afectadas aunque no pierde el ánimo. «Al principio del confinamiento se vendía lo mismo, pero ahora, coincidiendo con el fin de mes sí creo que ha bajado a la mitad», lamenta. Tras su jubilación, el mercado se quedará prácticamente huérfano. El Mercado Patricia, de titularidad privada, asolado por las deudas y litigios varios, seguirá la misma suerte que tantos negocios históricos de la capital.
Cambiando de acera, no muy lejos, se encuentra la Casa de la Abacería, negocio regentado por la familia Lacanal desde hace más de 30 años. Venden, al por menor, legumbres, conservas y encurtidos pero, sobre todo, deben su nombre y su fama a la venta de bacalao, de Feroe, islas protegidas de la amenaza del bicho. En la abacería también se expenden, casi en exclusiva, las patatas Bonilla, de fama planetaria gracias a su cameo en la oscarizada Parásitos. Sin embargo, es la comercialización del bacalao la que permite tomar el pulso a la situación. «Por Semana Santa es cuando más bacalao se vende. Es el termómetro que nos sirve para ver si el año va a ir bien o mal», informa Eduardo Lacanal. De momento, el año no tiene pinta de enderezarse: «La cosa está mal. Está todo un poco parado».
Salgo de la abacería. Ha parado de llover. Atrás dejo Avenida de la Paz. Una jornada más ganada al confinamiento. Otro día sin novedad en el frente.






