Fuente, cuartel y beneficiencia
Hoy les acerco Marqués de Murrieta, la arteria que vertebra el frente occidental logroñés y que conecta el Casco Antiguo con Avenida de Burgos, principio y fin de los barrios de Yagüe y Valdegastea. La calle nace en la plaza de la fuente Murrieta (antiguamente llamada Alférez Provisional y recién bautizada como De la Diversidad aunque para todos los logroñeses seguirá siendo la Plaza de la Fuente Murrieta: la administración transita por una acera, la realidad lo hace por la de enfrente) y muere en la vía del tren. Los vecinos no la verán soterrada. Dificultades logísticas, integrar el cajón a cota cero, y económicas mantendrán visible durante varias décadas más esta cicatriz de hierro.
El espectáculo no cambia mucho con respecto a lo que ofrecen las principales calles comerciales durante estos días. Verjas echadas, aceras huérfanas y nulo tráfico. El Mercadona es el único negocio que mantiene su pulso. Las ordenadas colas de Murrieta y Canalejas (probablemente la calle más bonita de Logroño) han reemplazado a las imágenes de desorden y desconcierto de los días previos a la emergencia sanitaria. Entonces, las cajeras (mujeres en su inmensa mayoría) hacían frente al caos sin guantes ni mascarillas. Ahora el frenesí se ha domesticado y el supermercado sigue siendo una máquina comercial perfectamente engrasada. Mismas colas, aunque esta vez fuera del establecimiento pese a que ayer marceaba y no era el día más propicio para aguardar a la sombra, lineales repletos y cajas registradoras en ebullición.
Más adelante, a la altura de la Patria Hispana, que sigue donde siempre ha estado, Enrique Oyaga atiende su kiosko. Dispensa un producto de caducidad corta pero más necesario que nunca. Mientras mira con desdén al móvil («la gente ya no se fía de eso», dice en referencia a los bulos, mentiras y medias verdades tan virables y contagiosas que se propagan en las redes) me espeta: «Ahora somos todos imprescindibles. Después, ya veremos». Se despide regalándome un cartel que ha elaborado la vecina parroquia de Valvanera y que luce en muchas ventanas y escaparates del barrio: ‘En La Rioja los superhéroes no llevan máscaras, llevan mascarillas’.
En la esquina con Rey Pastor oficia Ángel, al frente de la Frutería La Vega. El bicho ha mellado su confianza: «Ha caído todo. Hay mucha mercancía y poca liquidez. No sólo aquí, en todos los mercados», lamenta.
Cambiando de acera nos encontramos con la pescadería Hermanos Marín, probablemente la mejor en su género de esta parte de Logroño. También trasiega a bajo ritmo. A diez metros, se ubica el Mercado de Murrieta, cerrado desde hace tiempo, y en la esquina con Navarrete el Mudo, Lacalle, de las pocas que tienen lista de espera. Las peluquerías quedaron amnistiadas en el primer borrador del decreto de Estado de Alarma. Después, a petición de la Comunidad de Madrid (probablemente en la única aportación de la presidenta Ayuso a la solución de esta crisis), se clausuraron. Pasaron, en cuestión de horas, de ser esenciales a ser superfluas y yo que ando que parezco un oxímoron, calvo y despeinado, las echo de menos.
Siguiendo el camino me topo con la Dámerun, un clásico del barrio, que pasó a mejor vida. La pastelería Moka está cerrada. Aquí, hace muchos años, se ubicaba Luisfe. Más que una confitería, una golmajería. Los golmajos del barrio nos peleábamos por sus hojaldres. La Confitería El Cristo, en la calle Samalar, nos ha devuelto su sabor pero no la infancia. Junto a Moka se encuentra El otro costal, pulquérrima panadería donde el pan sabe a pan. Un lujo en estos tiempos en los que nada sabe a lo que debería.
Frente a la tahona está el cuartel convertido en novísimo Palacio de Justicia. Le liga al pasado los cedros, de los pocos que quedan en la capital. La Justicia también está pagando la crisis. Se han suspendido los plazos y términos. Sólo se opera de forma telemática para los servicios denominados esenciales: causas relacionadas con los presos, violencia de género (vía penal), menores, etc. Abogados y procuradores se resienten aunque después, cuando el bicho pase, serán de los pocos sectores que recuperen la normalidad.
El paseo acaba en la Bene, lo más parecido que tuvo Logroño a un falansterio. Antes de que albergara las consejerías de Educación y Fomento, pudo ser la sede de la Universidad de La Rioja y, antes de eso, fue una casa de beneficiencia para muchos logroñeses. En el ala derecha cobijaban húerfanos: niños, niñas y mujeres. En el ala izquierda, los adultos. La Bene contaba con cocinas, huerto, morgue, casas para el personal y hasta una capilla, la de San Miguel, en funcionamiento hasta que se trasladó a la acera de enfrente. Contaba también con manicomio. Me gusta pensar que donde ahora los consejeros, directores generales, secretarios y subsecretarios se reúnen para celebrar sus maitines era antes una asamblea de majaras. Por cierto, el Gobierno de La Rioja es de las pocas empresas que regatean la pandemia de ERTEs. Tenemos un consejero (9) por cada 33.000 habitantes y un alto cargo (56) por cada 5.400. ¡De nuevo estamos por encima de la media! ¿De verdad que son todos necesarios? ¿No hay alguno que sea contingente?
Regreso a casa y vuelvo a ver las colas del Mercadona. Qué guerra más curiosa (drôle de guerre). No hay frentes pero medio mundo está atrincherado. No caen bombas pero llevamos cuatro mil muertos. No hay sangre pero sumanos 56.000 heridos. No suenan sirenas pero nos vamos a tirar un mes en estado de alarma. Estamos en guerra pero engordamos; consumimos y nos consumimos. Qué macabro y qué espléndido espectáctulo es la vida. Tras el Lunes de Pascua, la recuperaremos. Con fiereza, determinación y entereza.






