Un fantasma recorre Europa
Lodi. Bergamo. Brescia. Alzano. Son ahora mismo escenarios de guerra. Todas son ciudades italianas, el país mártir del coronavirus, el país hermano que nos precede en la propagación del virus, el que nos regaló una semana de margen, el Bel Paese que no puede torcer la curva. 40.000 contagiados, más de 3.500 muertos, un parte de guerra total. Los italianos del siglo XXI están viviendo su particular Caporetto. Esa batalla, una carnicería más que propició la I Guerra Mundial, dejó 12.000 soldados muertos (sólo en el bando italiano), 30.000 heridos, 300.000 prisioneros y 400.000 prófugos. Fue en 1917. En Italia aún no se ha olvidado. Pero esto va a ser peor. Hay muertos, muchísimos, pero no hay sangre.
Sara Iturriaga (Arnedo, 1985) vive en Italia desde hace siete stagioni. Fue campeona de España con el Navalcarnero de fútbol sala e internacional cuando el calcetto femenino aún no tenía reconocimiento oficial. Todo eso no le bastaba. Quería más y se vino a Italia, país en el que el deporte femenino tiene un poco más de consideración. Ahora juega en el Granzette de Rovigo, ciudad de provincias de tamaño medio, entre Venecia y Verona. La competición en la serie A2 se paró cuando el Rovigo era primero.
Sara lleva encerrada en su piso “desde el 7 de marzo”. Hasta hace tres días, aún salía a correr por su ciudad. Ya no lo hace. “Lo he dejado de hacer, por concienciación”, asume. Entrena en casa, “tres horas al día” y el resto del tiempo lo dedica “a ayudar a sus compañeras y a sus alumnos para que no pierdan la forma”.
En Italia aún se pued
e salir a la calle a hacer deporte, aunque esto va a cambiar en breve. “A partir de lunes “aumentarán las restricciones en el transporte, horarios de establecimientos,…”, informa. En Rovigo, la ciudad véneta con menor tasa de contagios, la gente está concienciada desde el primer día. “Hablo con mis padres, me cuentan lo que ven y me da la sensación de que en La Rioja no se tiene tanto respeto. En Rovigo no nos tocamos, guardamos un metro y medio de distancia y en las tiendas entramos a turnos”, enumera. Las gelatterie, que dan fama al país de Leonardo y Rafael (este 2020 se cumple el 500 aniversario de la muerte del maestro de Urbino), “siguen despachando a domicilio”. Los carabinieri se encargan de fiscalizar a todos los paseantes: “Nos piden el scontrino de la compra. El que no tiene o no puede justificar su presencia en la calle se arriesga a una sanción, penal”, advierte.
La curva se ha disparado y el norte de Italia se ha convertido en una morgue. Los telegiornali informan, en bucle, de todo lo malo que está pasando. “Las noticias del jueves fueron terribles. Insoportables. El problema no son ya los muertos, que son muchísimos. Son los contagios. No hay sitio en los ospedali. Han habilado la feria de Milán y las de otras ciudades para poder acoger a los enfermos. No se da abasto, de verdad, es terrible”, continúa. “Todo lo que veis de Italia es real”, completa.
Sara digiere la situación de la mejor forma posible: “Somos deportistas y no sabemos estar en casa. Te agobias, te hinchas un poco y te notas más cansada, pero lo entendemos”, enumera. “Psicológicamente piensas que es temporal, que esto va a acabar pronto. Todas, tanto las jugadoras del equipo como sus familiares, estamos bien y eso ayuda”, agrega. Económicamente, además, la situación no está mal porque el Granzette “no nos ha dejado de pagar la nómina, lo cual es una suerte. El resto de cosas que hacía y que trato de seguir haciendo, ya no las cobro. Hay que ayudar”.
Sara Iturriaga se despide. Tiene una cita on line para ayudar con la preparación física a una amiga. Cree que en abril, su campeonato, podrá reanudarse. Pero sabe que el fútbol sala es ahora secundario. No sabe si a la conclusión del mismo tornará a casa: “Depende”, se despide a lo Pau Donés.
Un fantasma recorre Europa. No es el anunciado por Marx. O quizás sí. Entró por Italia, siguió por España y ya está en todos los rincones de la vieja, vieja Europa. Necesitamos buenas noticias de Italia. Ci fa male l’Italia.






