Francia es una trinchera
El rey habló ayer (por el miércoles) y no dijo nada. Emmanuel Macron, presidente de la República Francesa, lo hizo el jueves pasado. Habló muy bien, porque el francés es un idioma muy persuasivo y suena fetén. Pero hizo poco. Anunció el cierre de los centros escolares a partir de este lunes pero mantuvo el primer turno de las municipales. Sonaron tan poco convincentes las medidas anunciadas que el sábado tuvo que salir a la palestra el primer ministro, Edouard Philippe, para anticipar el cierre, total, desde el día siguiente de todos los espacios públicos. No bastó, el lunes Macron tomó el micrófono, vino a decir que ‘nous sommes en guerre’ e instaló el estadio 3, la versión francesa de nuestro estado de alarma.
Álvaro Santamaría Gómez (Logroño, 1979) vive en Toulouse, la ciudad más española que tiene el Hexágono. Si algún municipio francés nos ayudó en el 39, ése fue Toulouse. La ciudad es también la sede de Airbus, la empresa que pone (más bien ponía) alas a los sueños de toda Europa y medio mundo. Sus instalaciones funcionan a medio gas, como todo el país. «La verdad es que el centro está vacío, no parece Toulouse», señala. Álvaro es investigador científico. Primero llegó a París, después a La Rochelle y ahora a Toulouse. Es funcionario de la Republique y, por lo tanto, puede teletrabajar: «Trabajo en casa, pero es algo que ya hacía antes bastante a menudo. En eso nada cambia».
Antes de iniciar su jornada laboral se acerca a su balcón y ve el Canal du Midi, la calle peatonal más larga de Francia. Uno de sus ramales nace o muere cerca de Burdeos y el que atraviesa Tolosa (su nombre en occitano), de noreste a sudoeste, acaba en Sète, la ciudad de Georges Brassens. «Hoy veo menos gente que ayer, pero quizás porque es demasiado pronto. Veo a una madre, con sus dos niños en trotinette (patinete). Ayer había hasta grupos de seis personas, gente paseando y otros en ropa deportiva, con maillots y bicicletas de carretera incluso que obviamente no iban a dar una vuelta a la manzana», se sorprende.
En Francia no ha cundido demasiado la alarma. La gente mayor, muy muy mayor, se niega a quedarse en casa: «Ya pasaron la II Guerra Mundial y no les asusta el COVID-19 o eso es lo que dicen en la televisión». En las redes sociales, en cualquier caso, se leen mensajes más cuerdos: «Sólo nos están pidiendo que nos quedemos en casa frente a la televisión. Sólo eso. A nuestros abuelos los mandaron al frente». ¿Era Astérix el que decía que los romanos estaban locos?
Están sobrados de confianza y quizás no se acuerden que en la canícula de 2003 enterraron a más de mil ancianos que se murieron, solos y desarmados, en sus residencias. «Están ahora como estábamos nosotros hace 4 o 5 días, con la incredulidad de que esto pueda estar pasando, como si fuese algo que nunca llegaría aquí». «Cuando se anunció el cierre de los colegios y se dieron los primeros permisos laborales, muchos se marcharon a la playa o a tomar el sol a la Garonne (el río que vertebra Toulouse)», se extraña. El pasado fin de semana los marchés de barrio seguían abiertos y a tuttiplein.
Álvaro, que vive acompañado de la alcarreña Sara, sabe que «poco a poco irán entrando en razón». «Creo que ahora están abusando de todas las excepciones que da el decreto (sacar al perro, cuidar a dependientes, trabajar, hacer deporte, ir a la compra acompañados de los niños) para seguir en las calles. Pero va a cambiar, tiene que cambiar», apuesta.
Al que infringe la ley, le multaban con 38 euros: «Parecía de broma». Los gendarmes se han puesto serios y «han aumentado progresivamente a 135 y 375 euros. Los 38 euros funcionaban como aviso inicial».
Los supermercados siguen bien abastecidos y si falta algo son huevos. Frescos. Si a los franceses les quitan los quesos (tienen más de 600 tipos) sería una catástrofe. Tienen quesos pero mascarillas, no. «No se ven, no las hay y no se pueden comprar. En las farmacias sólo están disponibles para el personal sanitario», informa. El paracetamol también se raciona «porque la gente se las llevaba como si fueran rollos de papel higiénico».
Ellos están tranquilos. «No tenemos problemas, la verdad». Ya vieron venir la tormenta perfecta. «La histeria nos pilló en Logroño y el viernes nos volvimos. Adelantamos los planes, pasamos por Hendaya sin ver un solo policía y a casa», recuerdo. A los dos días de cruzar la muga, Francia cerró su frontera, siguiendo los ejemplos de Italia, Alemania y España.
Álvaro se despide mirando al ordenador y nos manda un gráfico: «La curva francesa va a subir y también la española porque con los test rápidos se van a disparar los casos».
Francia vuelve a ser, 70 años después, una trinchera.






