Sofía ya no se ríe del coronavirus
En el chat de amigos con mayúsculas al acabar la jornada nos contamos cómo ha ido el día, lo que nos está sucediendo y, sobre todo, lo que está pasando fuera. Cuando queremos viajar al futuro, nos metemos en la prensa italiana. Tras días de noticias funestas, esperábamos señales positivas de Bérgamo, Alzano o Codogno, ciudades que desde hace unos días sentimos como propias. No llegaron. Ahora, si queremos mirar al pasado, nos conformamos con leer la prensa francesa. Nosotros desperdiciamos la semana que nos dio Italia de margen y Francia ha dilapidado los tres días de ejemplo que los españoles les ofrecimos.
No todos los que somos riojanos estamos confinados en La Rioja. Son muchos los que no se creyeron aquello de que estábamos mejor que la media y se fueron de acá. No es que huyeran despavoridos de la peste, simplemente buscaron mejores opciones que esta tierra nunca les podrá dar. En definitivo, emigraron sin ser perseguidos por ello allá donde llegaron. Algunos de nuestros migrantes están atrapados en la misma trampa vírica en la que todos hemos caído.
Olga Pérez (Logroño, 1984) llegó a Bulgaria en noviembre del año pasado. Lo hizo en excedencia, para trabajar como teleoperadora para una multinacional francesa, pero sobre todo para «huir de la zona de confort». El coronavirus le está robando mucho («el gimnasio, salir con mis amigos, aprender búlgaro, un nuevo trabajo para el que me habían cogido, un viaje a Macedonia del Norte», entre otras muchas cosas) pero, para desgracia de su madre, no piensa volver a Logroño en el corto plazo. «Aunque quisiera, no podría. Esta noche (por anoche) cierran los vuelos con España e Italia», informa, por lo que serán muchos como ella (en su empresa la mitad de los trabajadores son expats) los que se quedarán atrapados en este embrollo burocrático que ha provocado el COVID-19.
Sofía, donde reside desde noviembre, concentra el 90% de los casos registrados por ahora en Bulgaria de coronavirus. El país balcánico confirma 67 positivos, aunque es probable que haya muchos más. Ni la transparencia ni la sanidad han sido prioritarios para el gobierno búlgaro. Ni para el actual ni para sus predecesores. «Se está larvando un gran problema sanitario», informa. «En febrero, mientras que en toda Europa se disparaban las alarmas por el coronavirus, en Bulgaria se vieron obligados a cerrar dos mil escuelas por la gripe. Esto será más salvaje. Ahora, a la emergencia sanitaria hay que sumar que el país carece de enfermeros y médicos. Están tan mal pagados que se marcharon hace tiempo, en masa entre 2015 y 2018. Por haber no hay ni camas hospitalarias y el Gobierno no es transparente o, simplemente, miente», lamenta. «No están preparados. El COVID-19 va a pegar fuerte», completa.
El viernes se declaró el estado de emergencia de manera que los búlgaros, como los españoles, han pasado en pocas horas por tres estados: negación (acompañada de chanzas y bromas), perplejidad y duelo. «Hasta hace nada», relata, «el primer ministro, Boiko Borisov, decía que era más probable que te tocase la lotería a que te enfermases por el coronavirus». El patriarcado búlgaro, una institución casi tan poderoso como el gobierno, tampoco se lo ha puesto fácil a la ciencia. «Santa Sofía está abierta. El patriarca ha dicho que los santos sacramentos les protegen del virus». Que no se preocupen que en breve no podrán si santiguarse.
Pero ya nadie les cree. La gente mayor está alerta. En una semana se han multiplicado las mascarillas en las calles de Sofía. «Ya de por sí se veían muchas porque la ciudad está muy contaminada, pero ahora todos los viejos las llevan. No se fían», apunta. «Hay mayores medidas de higiene en los puestos de trabajo y se fomenta el teletrabajo, aunque en mi caso es imposible poder hacerlo», agrega. Casi todo está cerrado, a pesar de que se mantienen abiertas «las tiendas y droguerías pero también las floristerías» y las personas «respetan hasta las colas, de verdad que lo hacen», una costumbre muy poco habitual en muchos países del este de Europa. «Todavía podemos pasear por las calles, pero lo normal es que también esto nos lo quiten», se despide.
Así está Sofía. Están encerrados, pero aún no lo saben. Ellos también saldrán de ésta.






