6 orejas, 6 de toreo moderno
Javier Cámara / Logroño
La Ribera asistió ayer a un episodio más de este invento del toreo moderno. Justo Hernández envió a Logroño un encierro que, sin poner en aprietos a ninguno de los toreros, sirvió para que la terna se pudiera gustar y hasta disfrutar en la cara del toro. No hay más. Es la Fiesta del siglo XXI. Dudo que dentro de un tiempo añoremos tardes como la de ayer; la supervivencia del toreo pasa por que este arte no pierda un ápice de la nula emoción que hoy adolece.
La corrida se enlotó de manera dispar. Los dos ‘garcigrandes’ que le correspondieron a Urdiales fueron los más altos de los seis. Ginés se llevó los de Domingo Hernández y Cayetano un toro de nombre ‘Cazatesoros’ con una calidad en sus embestidas, sobre todo por el pitón derecho, abrumadora. Y sí, todos, de una forma u otra terminaron sirviendo. Pero sin emocionar.
Urdiales recibió una calurosa ovación una vez roto el paseíllo. El primero, justo de fuerzas en el capote del riojano, derribó en sus dos entradas al caballo, más por algún problema del equino que por la raza de bóvido. Fijado en los burladeros durante las costosas maniobras para levantar al jaco, se vino un tanto arriba en banderillas con un tranco alegre.
Urdiales atraviesa el mejor momento de su carrera y de ello dejó constancia citando con gran seguridad a ‘Basilisco’. Firme el toque con la franela, Diego encajó la figura para ofrecer ese medio pecho en el que hunde la barbilla y llevar sometido y templado a su enemigo. La expresividad de Urdiales es sinónimo de poder. Todo lo hizo en los medios. Qué aplomo y qué confianza en sí mismo. Ni un titubeo. La última tanda, con el toro con el hocico por el suelo, grandiosa.
El temple de Urdiales
El cuarto llegó distraído y con un incómodo cabeceo al último tercio. Solo el temple de Urdiales consiguió corregir esos defectos para, en chiqueros y a hilo de las tablas, lucir al natural en una serie que sirvió para certificar el poderío y el gran momento del de Arnedo. Urdiales necesita otro tipo de toro; más encastado, fiero y exigente.
Tras el de Diego, el toreo de Cayetano queda en un segundo, o tercer, nivel. El empaque de uno y lo vulgar del otro. El que hizo segundo se quedaba en los vuelos del capote del de Ronda para repetir esas nobles embestidas del toro del presente.
Aprovechó esa condición Ginés Marín quitando por verónicas. No hubo más quites en la tarde. Y es que la bondad con una fuerza cogida con pinzas de los toros de ‘Garcigrande’ rompía para bien ya avanzada la lidia. Para colmo, este se volteó y se vino aún más abajo. Cayetano fue fiel a su toreo de brazo extendido que, en vez de recoger las embestidas del toro, las aleja mucho de su figura. Espadazo y oreja.
Las embestidas del quinto por el pitón derecho eran similares, por largura y cadencia, a las que regala un carretón. Cayetano ofreció una versión diferente y cuajó una faena basada en la mano derecha con momentos templados y de buen trazo. Antes había empezado la faena sentado en el estribo y de rodillas. Cobró una gran estocada en todo lo alto. Dos orejas.
Ginés Marín suele desaparecer en las plazas de cierta categoría. Ayer en Logroño estuvo como ausente. Se protestó de salida a su primer enemigo que, como el resto, se limitó a cumplir en el peto. Marín brindó al público y comenzó su trasteo por abajo, como si no se hubiera dado cuenta de lo pastueño de los primeros toros y de la flojedad de este tercero. Las buenas condiciones de Ginés Marín se difuminaron por completo en un trasteo alborotado y con dos desarmes frente a tan poco enemigo. También hubo bernardinas.
El sexto, fue quizás el más deslucido del festejo, de poco recorrido y muy pegado al piso de la plaza. Más asentado, Ginés Marín fue ovacionado tras errar con los aceros cuando la tarde ya tenía triunfador, Cayetano.






