El cambio era esto
España: De Gea, Jordi Alba, Ramos, Piqué, Nacho (Carvaja, 69), Isco, Busquets, Koke, Silva (Iniesta, 66), Marco Asensio (Rodrigo, 103) y Diego Costa (Iago Aspas, 79).
Rusia: Akinfeev, Fernandes, Kutepov, Ignashevitch, Kudrashov, Samedov (Cherishev, 61), Kuziaiev (Erojin, 96), Zobnin, Golovin, Zhirkov (Granat, 46) y Dzyuba (Smolov, 65).
Árbitro: Bjorn Kuipers. Amonestó a Kutepov y Zobnin.
Goles: 1-0, M. 12: Ignashevich, en propia puerta; 1-1, M. 41: Dzyuba, de penalti. Penaltis: 1-0, Iniesta; 1-1, Smolov; 2-1, Piqué; 2-2, Ignashevich; 2-2, falla Koke; 2-3, Golovin; 3-3, Ramos; 3-4, Cherishev; 3-4, falla Iag Aspas.
Incidencias: 78.011 espectadores en el Estadio Luzhniki. Rusia busca rival en cuartos.
NR / MOSCÚ
Un rebote bastó a España para apuntarse ante Irán su primera victoria mundialista y un gol en propia puerta de Ignashevich pareció allanar el camino a cuartos de España. Pero, entre Kazán y Moscú, entre Irán y Rusia, dos expósitas en el orbe futbolístico, nada cambió. Y si lo hizo fue para peor. España, como Portugal o Argentina, está de vuelta, tras casi 400 minutos de nadería. En octavos, ante el anfitrión, perpetró un crimen futbolístico que le llevó a los penaltis, una suerte que premió a Rusia, que espera rival en Sochi.
La selección de Hierro se marcha de Rusia tras dilapidar una gran fase de clasificación en un Mundial que se agrió con la destitución de Lopetegui. Con su marcha, España perdió su identidad y, de camino, todo lo que le ha hecho grande. La Roja se va por la puerta de atrás, sin una parada que se recuerde de De Gea, sin un gesto de Silva, con Carvajal desenfocado y con un Busquets superado. Ni los de dentro aportaron soluciones ni los de fuera -como Asensio, Nacho o Koke en Moscú- mejoraron lo existente. Vacaciones, en un Mundial que se ponía cuesta abajo.
La razón del estropicio, mayúsculo, fue que España, tras media hora de espejismo en la que debió pasaportar a Rusia, se perdió en el arabesco. Incapaz de rematar, se remató con un penalti improcedente de Piqué, lo que enturbió un partido que ya no remontó el vuelo. Rusia, derrotada casi desde el inicio, agradeció la tibieza hispana para torpedear un partido que, en su segunda mitad, fue un auténtico crimen. La prórroga, aliñada con la emoción de lo irreparable, llevó el partido a los penaltis, la suerte que tan bien ha manejado la selección en su decenio glorioso pero que, esta vez y de forma merecida, se volvió contra España.
Así fue el crimen
De arranque, la apuesta de Hierro ofreció más intensidad, que no precisión, que en los 180 minutos anteriores ante una Rusia cuyo poder de intimidación duró lo que la interpretación de su himno, pese al atronador murmullo que provocaba cada irrupción de Golovin o Zobnin.
Lo que no sucedió ante Portugal, Irán o Marruecos pasó en el minuto 12. Una falta bien combada por Marco Asensio fue rematada, con el tacón, por Ignashevich, incapaz de parar a Sergio Ramos, que reclamó como propio el gol.
Y, con la ventaja, empezó la España de manual, la del tiqui-taca encumbrado hace diez años, un estilo puesto en duda por retórico pero que acabó monopolizando el duelo. Isco liberó a Silva,el más desangelado de los creativos españoles, y, en la contención, Koke auxilió a Busquets, negando a Rusia sus mínimas opciones de rescate. En el momento en que Diego Costa, generosísimo en su esfuerzo, o el libérrimo Asensio engancharan una, la contienda estaba archivada.
Pero como la sentencia se demoró, España no tardó en caer en el manierismo, en el manoseo horizontal y la nada más absoluta en ataque. Ante este espejismo, Rusia soñó con engancharse a su Mundial en un chispazo de Zobnin, habilitado por la torre Dzyuba, que se fue fuera por poco.
A eso se redujo el bagaje ofensivo de los anfitriones hasta que en el 39, Piqué saltó de espaldas con el brazo extendido, provocando un penalti -decretado por el VAR- tan evidente como extemporáneo. Dzyuba, con potencia, no perdonó devolviendo la igualdad a un encuentro que, por méritos, reclamaba otro desenlace. En el último arreón español orquestado al ritmo de Isco, Diego Costa tuvo el 2-1 pero Akinfeev le negó el hueco.
En la reanudación, España, con los mismos mimbres, persiguió un poco más de verticalidad -remates acrobáticos de Jordi Alba y Diego Costa- pero se topó con una Rusia vigilante, dispuesta a secar a Isco, el único manantial de fútbol de la Roja. El partido volvía a tener una dirección, pero hacía falta acierto, el secreto de todo. De lo contrario, con el paso de los minutos, se corría el riesgo de caer en el desespero, tesitura para la que esta España no tiene remedio.
Una conexión de Isco, el mejor aunque dio señales de imprecisión, y Diego Costa, amenazó con socavar la resistencia rusa, incólume tras una hora de vana porfía. El seleccionador ruso optó por el repliegue descarado, realizando los tres cambios a falta de media hora. Sacó a su mejor hombre, Dzyuba, y optó por el aliento de Cherischev y Smolov, a la búsqueda de la contra imposible. No le fue mal el trueque.
Ni la entrada de Iniesta y Carvajal (desacertado en todas sus decisiones), dos de los sacrificados, sacudió a España de su previsible sobeteo. Era todo tan lento y manido, tan plomizo e improductivo, que sólo un error, fatal en cualquiera de las dos áreas, podía alterar la suerte de la eliminatoria. En busca del azar, Hierro prescindió del esfuerzo de Diego Costa por la chispa de Iago Aspas, en el último sacrificio de piezas de un partido amortajado desde el aparatoso penalti de Piqué.
Iniesta, con una latigazo desde la frontal, una suerte tantas veces despreciada por la selección, y el rechace posterior de Aspas permitieron poner a prueba a Akinfeev, que se manejó con oficio. Fue, todo sea dicho de paso, lo único noticiable de una segunda mitad que Rusia pudo finiquitar de interpretar bien la única contra de la que dispuso.
La prórroga era un castigo más que merecido. A España sólo le sostenía Isco, sin socios -pese a la predisposición de Iniesta- y sin fuerzas. Rusia, a su vez, llevaba tiempo sin salir de su área. Las salvas de Koke y Asensio, desapercibidos en su estrenada titularidad, no evitaron los bostezos de un sucedáneo de partido. La entrada de Rodrigo, con la primera parte de la prórroga a punto de caducar, fue el último intento por agitar el homicidio futbolístico perpetrado por españoles y rusos.
Si este deporte fuera justo, las dos selecciones deberían estar eliminadas aunque Rodrigo, con una gran carrera, tuvo el 2-1, en una acción concluida contra la barrera por Carvajal. Fue lo más cerca que estuvo nadie del gol en un encuentro descosido por la impotencia de hispanos y eslavos. En el frenesí final, España se volcó, empujó y, en el desaguisado final, a punto estuvo de extraviarse con una incertidumbre de Busquets y un córner ruso.
Pero tras tanto crimen imperfecto, el veredicto decretó penaltis. Y ahí el anfitrión se manejó a la perfección ante la tibieza de Koke y Iago Aspas. Esta España no merece más.






